Suponía que esa era la mejor manera en la cual los eventos
pudiesen haberse dado. No más muertes inocentes, ningún aparato legal que
obstruyese la justicia, y ningún abogado reclamando sobre el estado mental del
criminal. Dentro de todo, Joaquín solo podía suponer que ese era el mejor
resultado posible.
Ahora, si tan sólo pudiese determinar que era lo que el
sujeto le había inyectado, tal vez podría comprender porqué su cuerpo y su
cabeza parecían divagar en sentidos opuestos.
El criminal, o mejor dicho el asesino, le observaba con
curiosidad. Como si toda la situación fuese un experimento. Tal vez
estaba esperando que el policía desvariase. O incluso que tuviese una reacción
violenta a lo que sea que le inyectó. Era difícil de determinar. ¿Se estaría pavoneando de haber reducido a un policía? Joaquín,
personalmente, no le interesaba mucho que pensamientos cruzasen por la cabeza
del contrario. Por lo que simplemente se dedicó a analizar su propio cuerpo.
El sujeto le había atado a una silla de madera. Torso atado
con cinturones y manos y piernas atadas con precintos de plástico. Le había
quitado la camisa, por lo que se encontraba con el torso desnudo, y sin
zapatos. La habitación se encontraba fría, por lo que la piel de
gallina cubría sus brazos.
-Qué curioso. –Comentó el criminal, pero el policía se había
sumergido para sus adentros. Sus ojos vagando entre las lámparas que iluminaban
pilas de papeles. Sus ojos se desenfocaron, y por un momento se sintió pequeño y perdido entre las montañas de papeles. Podía sentir algo moverse por debajo de su piel,
como si insectos estuviesen buscando la forma de escapar de su cuerpo. Su
pecho, parecía ahuecarse, como si un agujero negro que buscaba consumir todo a
su paso se hubiese manifestado. ¿Qué le había inyectado?
El agujero negro en su pecho parecía absorber hasta la luz
del ambiente. Su respiración se aceleró, el hueco parecía extenderse y
esparcirse por su pecho. Sintió algo como hambre. Algo que le incitaba a llenar aquella oscuridad que se había abierto dentro de él. Pero no sabía que era lo que necesitaba, y no comprendía como ese pecho que debía estar lleno ahora se sentía tan vacío.
-Ah, ahí esta.- Continuó el eco de la voz del asesino. –Es
extraño encontrar a alguien que resista mis venenos. –Comentó en un sonido
sibilante, el eco de sus pasos acercarse retumbaron en los oídos del policía. –El
veneno debería inducir una taquicardia... Creo que guardaré tu corazón como
recuerdo.
El mundo se llenó de oscuridad, pero los ojos de Joaquín
seguían posados en las lámparas que brillaban perezosamente.-Si me tocas te devorarán. –Dijo en un hilo de voz. Una
advertencia vacía. Pero sentía que debía de prevenir al contrario sobre
aquellos insectos que se movían bajo su piel. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro. Apretaba los dientes de manera casi compulsiva. –No tengo corazón. Solo un hoyo
negro.
No había sentido en sus pensamientos, ni siquiera sus
delirios parecían contener una pizca de coherencia. Pero era usual que el delirio no tuviese sentido. Eran sueños despiertos, solo coherentes dentro de sí mismos. ¿Era esa la sensación de la
muerte?
No... El ya conocía muy de cerca la muerte. Y esa sensación tan artificial y hueca, no era lo que conocía.
El filo del bisturí sobre su esternón, apenas fue registrado
en sus sentidos. Solo el calor de la sangre que manaba y que ahora manchada sus
pantalones parecía tener prioridad. Quiso sacudirse, pero la sensación de
choque de cuchilla sobre hueso le detuvo. Ahora comprendía porque las otras víctimas
estaban tan mutiladas. Este asesino no tenía el mínimo de delicadeza en
preservar los cuerpos.
-¿Pero qué...? –El murmullo de curiosidad y alarma del
contrario le hizo reír, y elevando la cabeza miró como las manos enguantadas
manchadas de espesa y oscura sangre temblaban.
-Hoy no fue tu día de suerte. –Dijo el policía, moviéndose
con total naturaleza. Liberándose ante los ojos anonadados del criminal, y
empujándolo al suelo. La cuchilla, trazó un arco por los aires,
manchando las pilas de papeles. -¿Realmente pensabas que te dejaría tomar mi
corazón? ¿Tienes idea del precio que tuve que pagar por él?
De pie, con las pupilas dilatadas y con la apertura en el pecho
lentamente cerrándose, Joaquín miró al sujeto quien parecía estar congelado de
la impresión. Sus pies descalzos avanzaron lentamente sobre el hombre, quien
retrocedía como animal asustado por la alfombra. ¿Dónde había quedado su
valentía?
-No es divertido estar del otro lado, ¿no? –Preguntó sin esperar respuesta. Provocando que el criminal se espabilase. Le miraba con
ojos calculadores, y parecía tratar de explicarse a sí mismo la situación. –Podríamos jugar un juego. –Dijo Joaquín, sonrisa divertida en su rostro. –Podrías correr.
Y yo atraparte. Pero esa no fue una opción que le dieses a tus víctimas. -Dijo contemplativo. -No, sin duda un castigo rápido es lo mejor.
El criminal parecía negarse a la incoherencia de la situación. Con un movimiento silencioso, se movió rapidez y fuerza, buscando reducir al policía. El sonido de los cuerpos chocar llenó la sala. Joaquín solo dejó escapar una carcajada que había perdido sus tintes de humanidad.
Rodaron por el suelo, tirando las pilas de papel, una lámpara cayó rompiéndose, y en la penumbra, el policía alzó el bisturí.
El agujero negro en su pecho, escondido bajo su piel, seguía latiendo.
Voracidad por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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