Cuando el domo finalmente colapsó,
lo único que Unid podía pensar era en lo tonta que había sido.
Recordaba aquél momento como un
sueño. El brillo de las luces artificiales sobre su cabeza reflejándose
cálidamente en los árboles y plantas del bosque artificial que unía varias
viviendas dentro del domo mayor. Su madre se encontraba hablando con Nain, el
joven oficial que se encontraba de visita desde el puesto de comando central.
La hermana de Unid, Diena, se encontraba en la silla de ruedas contemplando con
ojos vacíos el césped.
La voz de su progenitora le había
taladrado el cerebro. Se encontraba en aquella etapa de su vida en la que todo
cuando su madre dijese le provocaba rechazo y hasta una leve sensación de odio
e incomodidad. Recordaba el ardor de las lágrimas contenidas mientras que
cerraba los puños y apretaba los dientes, el peso de la mirada de Nain, el eco
de un estruendo creciendo en sus oídos, y finalmente las palabras que habían escapado
de su boca.
“En lugar de estar orgullosa de mí por ser tan buena cuidadora, ¿porqué
no cuidas tú a tu hija?”
Oh, su madre se había horrorizado
tanto ante la falta de respeto. Ante el reclamo su hija de 15 años que debía de
cuidar de su hermana menor con deficiencias físicas y mentales. Todo esto
frente a los ojos de un representante del Orden. Completamente irrespetuoso y
avergonzante. Sin embargo Unid sentía que Nain comprendía, porque el mismo
Orden había impuesto la existencia de personas como Diena en todas las
familias. Una lección en... humildad.
O eso decían.
Su mejilla se había enrojecido
por la bofetada que había recibido, y el rostro de la mayor estaba
centelleante, completamente lleno de furia y humillación. Unid, había sentido
cierta satisfacción ante esa expresión. Y aunque Diena vivía en otro mundo
dentro de su propia mente, la joven pensaba que su hermana comprendía todo
ello. Comprendía el peso que ambas compartían y que el adulto responsable evadía al alejarse
de ellas.
Desde el interior de la vivienda
Unid había escuchado los gritos de Tuel, hermana menor de su mejor amigo Druei.
La manta que solía cubrir las piernas atrofiadas de la joven estaba en el
suelo, y Tuel se impulsaba hacia afuera de manera furiosa, lágrimas impotentes
en su rostro. A diferencia de Diena, Tuel era perfectamente consciente en todo
momento del peso que le había tocado. Si había alguien que odiase más la “lección
de humildad” que Unid, era ella. Druei
le seguía con paso tranquilo, su expresión casi neutra ante los berrinches de
su hermana, y la joven solo podía sentir un poco de celos ante la compostura
que el contrario mantenía.
Todos ellos se encontraban juntos
cuando las luces artificiales se sacudieron de manera casi imperceptible. Un
leve momento de oscurecimiento antes de regresar al brillo normal programado.
Pero Unid, con la cabeza en su
propia situación y no en su entorno, sólo pensaba en escapar de la mirada de recriminación y de
sus responsabilidades.
Antes de que se diese cuenta, se
había echado a correr. La humillación de la censura de su madre, la mirada
vacía de Diena, y los ojos huecos de Druei le habían dejado impactada e incapaz
de procesar la situación. Y al correr, sus pies le habían llevado a internarse
en el bosque artificial. En algún lugar de su mente, pensaba en que simplemente
una noche lejos de casa le haría bien. Algo que le permitiese aclarar sus
pensamientos sin tener que lidiar con el choque de personalidades en su hogar.
Además de que sentía una extraña satisfacción al obligar a aquella mujer a
hacerse cargo de su otra hija.
Nain le había seguido, y
vagamente los gritos de Druei le habían seguido como el eco de un fantasma.
Pero fue en ese momento en el que
la represa que administraba el flujo del río que alimentaba el bosque, se había
roto. El agua comenzó a arrastrar todo a su paso, y debido a la estructura del
lugar, la corriente llevaba al centro del domo. Las luces fallaban con cada vez
más frecuencia hasta que sólo las bengalas de emergencia habían permanecido
activadas. El eco de gritos y el murmullo de una gran corriente de agua retumbaban
por todas las paredes del domo.
El oficial le había tomado de la
mano, y ambos habían comenzado una loca carrera en la que buscaban refugio en
uno de los puestos de avanzada cerca del centro de comando. Los pocos animales
que habían sido creados y criados en aquél domo se movían completamente
desorientados, y un cabrito comenzó a seguirlos, como si estuviese buscando
refugio en las figuras humanas conocidas.
El techo del domo parecía
resquebrajarse, provocando que una delgada lluvia comenzase a caer, lo que creó
mayor pánico dentro de la cúpula.
Al llegar al refugio, el agua
llegaba hasta la mitad de sus piernas y amenazaba con arrastrarles. Unid tomó
al animal en brazos, y lo llevó casi sin pensarlo. Cerraron las compuertas con
manotazos casi confusos, la mitad del refugio se encontraba inundado, y del
otro lado el agua golpeaba las paredes. Un vidrio reforzado separaba parte de
la estación de comando del lugar en el que ella y su acompañante se
encontraban. En las cámaras, se veía como el agua arrasaba con todo, y cada vez
más compuertas y segmentos del domo eran aislados para evitar una pérdida
completa.
Aquella noche, Unid durmió presa
de la culpa y la vergüenza. Nain no dijo nada en ningún momento, simplemente
ofreciéndole algo de calor mientras el mundo que conocían de derrumbaba.
Art by Carl Burton |
Adiós al Viejo Mundo por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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