martes, 7 de julio de 2015

Soñador

Conocí a un soñador.

Una persona difícil de describir, como aquellos sueños que desaparecen como humo entre tus dedos al momento de despertar. Su presencia es comparable a la vaga noción del contenido del sueño, una idea pero no algo fijo que pueda ser descrito en términos exactos.

Al observarle, se le ve distante, como un elemento extraño que no debería encontrarse ahí. Sin embargo, su presencia es íntegra para la composición del sueño. Un elemento que no es cuestionado porque el hecho de que se encuentre ahí es simplemente “necesario”.

Su mirada vaga por mundos que no pueden ser escrutados por ojos humanos. Sus silencios parecen contener miles de voces cantando melodías de bardos de galaxias perdidas. Conocimiento inmemorable en su postura, y una sonrisa indulgente que contiene mil y un secretos.

Pero el soñador sufre, perdido en sueños que no son el propio. Perdiendo el conocimiento de sí mismo, incapaz de separarse de las fantasías ajenas. ¿Alguna vez podrá distinguir su sueño? La voz del mundo, el sueño colectivo, debe ser sin duda una melodía muy fuerte que invoca los sentidos del soñador. Una sinfonía universal que solo unos pocos pueden disfrutar, y que la humanidad en su estado actual no escucha como debe.

Miro a mi amigo soñador, y me pregunto que paisajes llenan su alma.

Puedo ver su angustia. El dolor profundo de su verdadera naturaleza contenida en este mundo de realidades duras y cuadradas. El molde siendo impuesto sobre él, buscando sofocar su corazón  y ahogando sus plegarias de salvación lejos de este mundo.

Es doloroso de observar. Y este mundo debería comprender que los soñadores no mueren.

Podrán comenzar a soñar pesadillas, ahogados en dolor y sufrimiento, pero nunca dejan de soñar. Simplemente pierden la esperanza. Y son estos soñadores, estas pesadillas vivientes, aquellos humanos condenados que terminan de destruir el mundo. Infectando unos a otros y esparciendo la desesperación por estos mundos que debían de ser de ensueño.

Mi amigo soñador se encuentra frente a una encrucijada, y yo que soy un viajero, no puedo elevarle del acantilado de sus propios sentimientos. Su deber es soñar el camino, el mío es recorrerlo.

Tal vez algún día este compañero de aventuras pueda liberarse de los pesos del universo.

Hasta que ese momento llegue, disfrutaré su sueño y velaré por su existencia.

Siempre hay una nueva aventura esperando a ser descubierta. O en este caso, soñada. 



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