El sonido de las olas, era como
un llamado susurrante que siempre le calmaba. Ese murmullo constante de
movimiento, y el eco de las gaviotas cantar mientras sobrevolaban el
acantilado, llenaban su pecho con una sensación de paz que no podía conseguir
rodeada de otras personas. Había algo en aquél lugar en especial que le hacía
sentir como en casa, pies descalzos enterrados en la arena, el cielo
extendiéndose sobre su cabeza, y el mar cubriendo la inmensidad frente a sus
ojos.
Siempre le había fascinado como
aquél azul se extendía alrededor del mundo. Como el mar era de aquél color sólo
porque reflejaba el cielo. El concepto de perderse en aquél completo azul no le
asustaba, sino que al contrario, le hacía sentir parte de algo más basto y
simple. Era una sensación opuesta a la que le provocaba el sonido blanco del
movimiento de la ciudad. El estruendo de automóviles; bocinas; gritos; sirenas;
etc., se propagaba por las paredes del callejón de su departamento, le daba
deseos de taparse los oídos.
La ahogaban.
Qué irónico.
Dejó las sandalias en un tronco
un tanto alejado, y soltando su cabello del rodete que lo sostenía, dejó que la
brisa con aroma salado del mar invadiese sus sentidos. Sus pantalones de
pescador color crema, dejaban sus tobillos expuestos, y su blusa negra de
mangas largas le daban un poco de calor en medio de la brisa. Elevó la mirada, y se dejó caer
de espaldas, observando con aire ausente el movimiento de las gaviotas sobre su
cabeza. La pequeña playa se encontraba extrañamente vacía ese día. El cielo
estaba parcialmente nublado, y a la distancia nubes grises amenazaban con una
lluvia que llegaría pronto.
Un leve murmullo se le escapó, un
tarareo sin sentido que usualmente repetía cuando se sentía particularmente
cansada. Había trabajado hasta tarde en la clínica veterinaria, y aunque amaba
los animales, necesitaba un poco de tiempo para sí misma. Cerró los ojos, y
suspirando, continúo disfrutando el movimiento del aire y la calma que le
causaba ese lugar. Sus oídos se llenaron de la
resonancia familiar del mar, y eventualmente fue como si no hubiese nada en su
mente. No había pensamientos, ni preocupaciones, ni la presión del tiempo y sus
responsabilidades. Lentamente su canturreo fue apagándose, hasta que incluso el
esfuerzo por emitir esa vibración era demasiado pesado para ella.
No pudo medir cuanto tiempo había
transcurrido, pero vagamente tuvo la impresión de que se había quedado dormida.
El cielo se había oscurecido un poco, y el viento ganaba fuerza con cada
instante en las que esas nubes se acercaban a la costa. Se movió repentinamente, tomando
asiento desorientada y llena de adrenalina. Se sentía observada. Su corazón se agitaba
alocadamente en su pecho. Con ojos desorbitados y algo desenfocados tras la
transición de la luz, se posaron en el mar, notando algo que se movía con la
corriente.
La marea se agitaba con cada vez
más fuerza, y era claro que una tormenta se acercaba. Pero aquello que había
llamado su atención, no parecía tratarse de una balsa o basura flotando en
medio de la nada. Sacudió sus cabellos cortos, y
poniéndose de pie, caminó hasta la orilla, tratando de divisar que era aquello
que flotaba a la deriva. Apretó los labios, preocupada. Tal vez era una
tontería, pero aquello parecía una persona. Y no le agradaba para nada la
noción de que se tratase de un cadáver.
Dudó unos instantes más, pensando
en correr hasta el bolso a tomar su teléfono y llamar a la guardia costera.
Pero la forma repentina en la que esa... persona se sacudió, le hizo saltar de
sorpresa y temor.
Sin pensar mucho, entró al agua
helada, moviendo los brazos y piernas en arcos perfectos de una persona que ama
nadar. La adrenalina le ayudaba a moverse con más seguridad a pesar de que el océano
parecía particularmente encaprichado en no dejar escapar a aquella persona.
Ahora podía verle tratar de mantenerse a flote, un hombre que movía los brazos
cansadamente.
Llegó a ella y la tomó por la
cintura, tratando de llevarla a la orilla a pesar de que el agua le jugaba en
contra. El hombre, parecía comprender sus intenciones a pesar de su
desorientación, pataleaba para ayudarle. Era claro que por su peso, ella no
podría llevar a ambos. Trabajaron conjuntamente, en la medida que se podía.
Pero ella pudo admitir que sus ojos se llenaron de lágrimas aliviadas y sus
manos temblaban cuando pudo sentir la arena bajo sus pies. Estaban a salvo.
Llevó al hombre todo lo que pudo,
finalmente dejándolo caer de costado en la arena, movimiento que ella imitó al
caer de rodillas. Jadeó con fuerza, tratando de que sus pulmones cansados
trabajasen a pesar del frío y del cansancio. Miró de reojo al hombre, y lo
encontró en posición fetal, tosiendo.
Con cautela, apoyó una mano en su
espalda, frotando para que expulsase el líquido que llenaba sus pulmones.
-¿Estás bien? Pediré ayuda, solo
mantén la calma. –Le dijo ella mientras que caminaba tambaleante hasta su
bolso. Marcó el teléfono de la guardia costera y se acercó al hombre. Tratando
de dar todos los datos posibles de su ubicación mientras que continuaba los movimientos de su mano en la espalda ajena. Su cabello era largo y negro, ahora lleno de arena y con
algo que parecía sospechosamente un alga.
El hombre emitió un sonido, casi
un gemido y vomitó una cantidad importante de agua salada. Rápidamente dejó el teléfono de lado concentrándose en el contrario. Vagamente entre la adrenalina y la histeria de la situación. notó la desnudez
del contrario.
-Despacio. Despacio. La ayuda
está en camino.- Dijo con la suavidad practicada de tiempo de trabajar con
heridos. No había mucha diferencia entre la necesidad básica de afecto de un
humano y la de un animal. –Eso es, despacio. ¿Puedes hablar? ¿Puedes decirme tu
nombre? –Preguntó con suavidad, sin deseos de presionarle, pero con demasiadas
preguntas en mente.
Entre la mar de cabellos negros,
labios finos que jadeaban mostraron hileras de perfectos dientes blancos, un
ojo color azulado le miró entrecerrado. Escuchó un susurro de: “No lo sé”, y el
hombre cayó inconsciente.
Pasmada, y en pánico, sólo pudo
pensar: “Pues... Rayos...”
Llamado del Mar por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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