jueves, 23 de julio de 2015

Llamado del Mar



El sonido de las olas, era como un llamado susurrante que siempre le calmaba. Ese murmullo constante de movimiento, y el eco de las gaviotas cantar mientras sobrevolaban el acantilado, llenaban su pecho con una sensación de paz que no podía conseguir rodeada de otras personas. Había algo en aquél lugar en especial que le hacía sentir como en casa, pies descalzos enterrados en la arena, el cielo extendiéndose sobre su cabeza, y el mar cubriendo la inmensidad frente a sus ojos.

Siempre le había fascinado como aquél azul se extendía alrededor del mundo. Como el mar era de aquél color sólo porque reflejaba el cielo. El concepto de perderse en aquél completo azul no le asustaba, sino que al contrario, le hacía sentir parte de algo más basto y simple. Era una sensación opuesta a la que le provocaba el sonido blanco del movimiento de la ciudad. El estruendo de automóviles; bocinas; gritos; sirenas; etc., se propagaba por las paredes del callejón de su departamento, le daba deseos de taparse los oídos.

La ahogaban.

Qué irónico.

Dejó las sandalias en un tronco un tanto alejado, y soltando su cabello del rodete que lo sostenía, dejó que la brisa con aroma salado del mar invadiese sus sentidos. Sus pantalones de pescador color crema, dejaban sus tobillos expuestos, y su blusa negra de mangas largas le daban un poco de calor en medio de la brisa. Elevó la mirada, y se dejó caer de espaldas, observando con aire ausente el movimiento de las gaviotas sobre su cabeza. La pequeña playa se encontraba extrañamente vacía ese día. El cielo estaba parcialmente nublado, y a la distancia nubes grises amenazaban con una lluvia que llegaría pronto.

Un leve murmullo se le escapó, un tarareo sin sentido que usualmente repetía cuando se sentía particularmente cansada. Había trabajado hasta tarde en la clínica veterinaria, y aunque amaba los animales, necesitaba un poco de tiempo para sí misma. Cerró los ojos, y suspirando, continúo disfrutando el movimiento del aire y la calma que le causaba ese lugar. Sus oídos se llenaron de la resonancia familiar del mar, y eventualmente fue como si no hubiese nada en su mente. No había pensamientos, ni preocupaciones, ni la presión del tiempo y sus responsabilidades. Lentamente su canturreo fue apagándose, hasta que incluso el esfuerzo por emitir esa vibración era demasiado pesado para ella.

No pudo medir cuanto tiempo había transcurrido, pero vagamente tuvo la impresión de que se había quedado dormida. El cielo se había oscurecido un poco, y el viento ganaba fuerza con cada instante en las que esas nubes se acercaban a la costa. Se movió repentinamente, tomando asiento desorientada y llena de adrenalina. Se sentía observada. Su corazón se agitaba alocadamente en su pecho. Con ojos desorbitados y algo desenfocados tras la transición de la luz, se posaron en el mar, notando algo que se movía con la corriente.

La marea se agitaba con cada vez más fuerza, y era claro que una tormenta se acercaba. Pero aquello que había llamado su atención, no parecía tratarse de una balsa o basura flotando en medio de la nada. Sacudió sus cabellos cortos, y poniéndose de pie, caminó hasta la orilla, tratando de divisar que era aquello que flotaba a la deriva. Apretó los labios, preocupada. Tal vez era una tontería, pero aquello parecía una persona. Y no le agradaba para nada la noción de que se tratase de un cadáver.

Dudó unos instantes más, pensando en correr hasta el bolso a tomar su teléfono y llamar a la guardia costera. Pero la forma repentina en la que esa... persona se sacudió, le hizo saltar de sorpresa y temor.
Sin pensar mucho, entró al agua helada, moviendo los brazos y piernas en arcos perfectos de una persona que ama nadar. La adrenalina le ayudaba a moverse con más seguridad a pesar de que el océano parecía particularmente encaprichado en no dejar escapar a aquella persona. Ahora podía verle tratar de mantenerse a flote, un hombre que movía los brazos cansadamente.

Llegó a ella y la tomó por la cintura, tratando de llevarla a la orilla a pesar de que el agua le jugaba en contra. El hombre, parecía comprender sus intenciones a pesar de su desorientación, pataleaba para ayudarle. Era claro que por su peso, ella no podría llevar a ambos. Trabajaron conjuntamente, en la medida que se podía. Pero ella pudo admitir que sus ojos se llenaron de lágrimas aliviadas y sus manos temblaban cuando pudo sentir la arena bajo sus pies. Estaban a salvo.

Llevó al hombre todo lo que pudo, finalmente dejándolo caer de costado en la arena, movimiento que ella imitó al caer de rodillas. Jadeó con fuerza, tratando de que sus pulmones cansados trabajasen a pesar del frío y del cansancio. Miró de reojo al hombre, y lo encontró en posición fetal, tosiendo.
Con cautela, apoyó una mano en su espalda, frotando para que expulsase el líquido que llenaba sus pulmones.

-¿Estás bien? Pediré ayuda, solo mantén la calma. –Le dijo ella mientras que caminaba tambaleante hasta su bolso. Marcó el teléfono de la guardia costera y se acercó al hombre. Tratando de dar todos los datos posibles de su ubicación mientras que continuaba los movimientos de su mano en la espalda ajena. Su cabello era largo y negro, ahora lleno de arena y con algo que parecía sospechosamente un alga.

El hombre emitió un sonido, casi un gemido y vomitó una cantidad importante de agua salada. Rápidamente dejó el teléfono de lado concentrándose en el contrario. Vagamente entre la adrenalina y la histeria de la situación. notó la desnudez del contrario.

-Despacio. Despacio. La ayuda está en camino.- Dijo con la suavidad practicada de tiempo de trabajar con heridos. No había mucha diferencia entre la necesidad básica de afecto de un humano y la de un animal. –Eso es, despacio. ¿Puedes hablar? ¿Puedes decirme tu nombre? –Preguntó con suavidad, sin deseos de presionarle, pero con demasiadas preguntas en mente.

Entre la mar de cabellos negros, labios finos que jadeaban mostraron hileras de perfectos dientes blancos, un ojo color azulado le miró entrecerrado. Escuchó un susurro de: “No lo sé”, y el hombre cayó inconsciente.

Pasmada, y en pánico, sólo pudo pensar: “Pues... Rayos...”




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