No hay mejor guardián, que aquél que no muere.
Esas fueron las palabras de su
maestro cuando todavía se encontraba físicamente con él. Aquella había sido una
época relativamente tranquila para los estándares de su clase. Los noms no habían
cambiado mucho desde que la entidad creadora les había dado consciencia, por lo
que los ciclos de animalismo se encontraban firmemente arraigados a su sangre.
Y como todo nom, se temía lo que
no se comprendía. Se rechazaba lo que iba por encima de la norma. Se destruía
toda posibilidad de cambio, considerándose una falta a una regla en lugar de un
paso avanzado en el escalera de la vida.
Los “levanta-muertos”, les
llamaban. Nigromantes, para quienes vivían en castillos altos en búsqueda de
los secretos de la vida eterna. Noms temerosos de su muerte, e incapaces de
aceptar el final del camino.
Los había temerosos de ser
utilizados como “material” en rituales que no comprendían. Y también se
encontraban los que querían respuestas a preguntas que ningún ser vivo, ni
siquiera quienes escuchaban a los muertos, podían responder.
Isaac, joven en cuerpo y anciano
en mente, no era más que un borrego que escuchaba los susurros del maestro que
había muerto. Solo e incapaz de defenderse, se le había instruido que era
necesario encontrar un guardián que velase por su seguridad. Un caballero que
defendiese a su pequeño amo mientras este continuaba cultivando sus
habilidades, con la esperanza de algún día ser lo suficientemente poderoso como
para poder protegerse sin la necesidad de molestar a quienes descansaban.
Pequeño nigromante de 14 años, de
rizos rubios, piel pálida y ojos castaños como las avellanas que comía con
pereza. Sus pies descalzos sobre la fría piedra de un castillo destruído.
Plantas y musgo adornaban con flores que él conocía muy bien toda la extensión
del lugar. Y ahí, perdido entre el velo de la vida y la muerte, se encontraba
un hombre de porte señorial, observando al niño como si se tratase de una
curiosidad.
Su maestro le había susurrado
sobre ese hombre. Ese gran caballero traicionado por sus aliados, y que
sometido a largos días de asedio, había sido enterrado vivo en el suelo de su
propio castillo. Un hombre que no había recibido una muerte digna, y por ello
mismo se encontraba de pie en ese lugar, esperando una oportunidad para su
venganza.
¿Aceptarías ayudarme en mi misión?, preguntó en un pensamiento que
no era más que una impresión. Un breve vestigio de sentimientos mezclados de
curiosidad, duda y el calor de las brazas de un odio que podría estallar en una
llamarada.
Tu misión, sería mi protección. Replicó el niño, dejando caer las avellanas
al suelo, poniéndose de pie y caminando lentamente entre las plantas. Sus ojos
posados en el suelo, controlando de no pisar las líneas que separaban las piedras.
Pero si me sirves bien, puedo darte la
oportunidad. Cuando sea lo suficientemente poderoso, claro.
El espíritu continuó observando,
cabeza ladeada, ni siquiera parecía sopesar la opción. Puesto que era obvio que
servir a un amo era más interesante que una eternidad observando la caída y el
olvido de todo por cuanto había decidido luchar en vida.
El niño sonrió, sabiendo que
había obtenido lo que necesitaba, y el caballero inclinó la cabeza. El ritual,
no había sido algo tan complicado de ejecutar. Los huesos del caballero se
encontraban bajo el lugar dónde el espectro residía, pero Isaac era un
nigromante inusual. En lugar de tomar los huesos para trabajar su magia, los
dejó en aquellas piedras, simplemente exponiéndolos a la luz del sol. Tomó
muchas de las flores que habían crecido en aquél lugar, y susurrando un
encantamiento como una leve canción colocó las flores entre los huesos.
Separando la armadura de los restos del caballero.
El hombre, cuyos rasgos no podían
ser definidos debido a su estado inmaterial, parecía pasear en torno al niño
curioso de su arte y ansioso por pisar nuevamente tierra firme.
Las flores se extendieron como
enredaderas, sus gajos cubriendo los huesos y llevando el esqueleto bajo
tierra.
El espíritu sintió el tirón, y
cuando pudo comprender que sucedía, sus no-ojos se abrían para observar al
niño. Isaac sonrió ampliamente, en sus manos cubiertas de tierra, se encontraba
un ramo de flores, las cuales extendió al caballero.
-Esta es mi promesa, y mi
juramento. No llevaré tus huesos, porque pertenecen al mundo. Pero llevaré tus
flores, porque ellas te darán vida bajo mi poder.- Dijo el pequeño, mientras el
caballero caía en una rodilla, presa de una sensación indescriptible y
profunda.- Tu nombre, será Abel.
El ramo se le fue ofrecido, y al
extender las manos, el caballero vio que su cuerpo, era su vieja armadura de
campaña. Y al tomar el ramo, las flores se extendieron como una enredadera,
llenando su cuerpo hueco con esencia de vida.
Mi amo, llamó la criatura, Abel. Mis gracias.
-No me agradezcas. –Dijo el
pequeño, posando una mano en el casco metálico de la armadura. –Ahora somos
amigos por siempre.
Y esas palabras, nunca antes
habían resultado tan literales.
Amo y Caballero por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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