sábado, 11 de julio de 2015

Amo y Caballero



No hay mejor guardián, que aquél que no muere.

Esas fueron las palabras de su maestro cuando todavía se encontraba físicamente con él. Aquella había sido una época relativamente tranquila para los estándares de su clase. Los noms no habían cambiado mucho desde que la entidad creadora les había dado consciencia, por lo que los ciclos de animalismo se encontraban firmemente arraigados a su sangre.

Y como todo nom, se temía lo que no se comprendía. Se rechazaba lo que iba por encima de la norma. Se destruía toda posibilidad de cambio, considerándose una falta a una regla en lugar de un paso avanzado en el escalera de la vida.

Los “levanta-muertos”, les llamaban. Nigromantes, para quienes vivían en castillos altos en búsqueda de los secretos de la vida eterna. Noms temerosos de su muerte, e incapaces de aceptar el final del camino.

Los había temerosos de ser utilizados como “material” en rituales que no comprendían. Y también se encontraban los que querían respuestas a preguntas que ningún ser vivo, ni siquiera quienes escuchaban a los muertos, podían responder.

Isaac, joven en cuerpo y anciano en mente, no era más que un borrego que escuchaba los susurros del maestro que había muerto. Solo e incapaz de defenderse, se le había instruido que era necesario encontrar un guardián que velase por su seguridad. Un caballero que defendiese a su pequeño amo mientras este continuaba cultivando sus habilidades, con la esperanza de algún día ser lo suficientemente poderoso como para poder protegerse sin la necesidad de molestar a quienes descansaban.

Pequeño nigromante de 14 años, de rizos rubios, piel pálida y ojos castaños como las avellanas que comía con pereza. Sus pies descalzos sobre la fría piedra de un castillo destruído. Plantas y musgo adornaban con flores que él conocía muy bien toda la extensión del lugar. Y ahí, perdido entre el velo de la vida y la muerte, se encontraba un hombre de porte señorial, observando al niño como si se tratase de una curiosidad.

Su maestro le había susurrado sobre ese hombre. Ese gran caballero traicionado por sus aliados, y que sometido a largos días de asedio, había sido enterrado vivo en el suelo de su propio castillo. Un hombre que no había recibido una muerte digna, y por ello mismo se encontraba de pie en ese lugar, esperando una oportunidad para su venganza.

¿Aceptarías ayudarme en mi misión?, preguntó en un pensamiento que no era más que una impresión. Un breve vestigio de sentimientos mezclados de curiosidad, duda y el calor de las brazas de un odio que podría estallar en una llamarada.

Tu misión, sería mi protección. Replicó el niño, dejando caer las avellanas al suelo, poniéndose de pie y caminando lentamente entre las plantas. Sus ojos posados en el suelo, controlando de no pisar las líneas que separaban las piedras. Pero si me sirves bien, puedo darte la oportunidad. Cuando sea lo suficientemente poderoso, claro.

El espíritu continuó observando, cabeza ladeada, ni siquiera parecía sopesar la opción. Puesto que era obvio que servir a un amo era más interesante que una eternidad observando la caída y el olvido de todo por cuanto había decidido luchar en vida.

El niño sonrió, sabiendo que había obtenido lo que necesitaba, y el caballero inclinó la cabeza. El ritual, no había sido algo tan complicado de ejecutar. Los huesos del caballero se encontraban bajo el lugar dónde el espectro residía, pero Isaac era un nigromante inusual. En lugar de tomar los huesos para trabajar su magia, los dejó en aquellas piedras, simplemente exponiéndolos a la luz del sol. Tomó muchas de las flores que habían crecido en aquél lugar, y susurrando un encantamiento como una leve canción colocó las flores entre los huesos. Separando la armadura de los restos del caballero.
El hombre, cuyos rasgos no podían ser definidos debido a su estado inmaterial, parecía pasear en torno al niño curioso de su arte y ansioso por pisar nuevamente tierra firme.

Las flores se extendieron como enredaderas, sus gajos cubriendo los huesos y llevando el esqueleto bajo tierra.

El espíritu sintió el tirón, y cuando pudo comprender que sucedía, sus no-ojos se abrían para observar al niño. Isaac sonrió ampliamente, en sus manos cubiertas de tierra, se encontraba un ramo de flores, las cuales extendió al caballero.

-Esta es mi promesa, y mi juramento. No llevaré tus huesos, porque pertenecen al mundo. Pero llevaré tus flores, porque ellas te darán vida bajo mi poder.- Dijo el pequeño, mientras el caballero caía en una rodilla, presa de una sensación indescriptible y profunda.- Tu nombre, será Abel.

El ramo se le fue ofrecido, y al extender las manos, el caballero vio que su cuerpo, era su vieja armadura de campaña. Y al tomar el ramo, las flores se extendieron como una enredadera, llenando su cuerpo hueco con esencia de vida.

Mi amo, llamó la criatura, Abel. Mis gracias.

-No me agradezcas. –Dijo el pequeño, posando una mano en el casco metálico de la armadura. –Ahora somos amigos por siempre.

Y esas palabras, nunca antes habían resultado tan literales. 




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