jueves, 2 de mayo de 2013

Dusk





Durante siglos hemos velado por ustedes. Les hemos protegido, y les hemos brindado una barrera frente a cosas que simplemente son demasiado poderosas y oscuras como para que las comprendan. ¿Es así como nos pagan?
Juegos de sangre, esclavitud y manipulaciones. Sus gobiernos ultrajan nuestros clanes, nos utilizan como si fuésemos conejillos de indias de sus experimentos salidos de novelas de ciencia ficción. Hemos sangrado para protegerles, les hemos dado herramientas para defenderse de lo desconocido. ¿Es esta la alianza que deseaban?
No recibirán nada más de nosotros.
Hemos vivido millones de años antes que ustedes, les hemos visto crecer y madurar. Les hemos visto matarse por un pedazo de tierra, ultrajar a sus hermanos y hermanas, decapitar a sus niños por cosas tan inútiles como un color de piel o una opinión distinta. A pesar de todo esto, hemos respetado sus decisiones. Les hemos dejado dominarse a sí mismos.
Pero ahora han cruzado la línea. Han escupido en la cara de sus protectores. Nos han utilizado como ganado, han mordido la mano que les da cobijo y los alimenta.
Desde esta noche, toda protección que los clanes oscuros ofrecían a la humanidad. Todo convenio establecido entre gobiernos y los clanes queda revocado. Toda protección mágica, toda barrera, todo guardián establecido será removido.
La humanidad ahora deberá enfrentarse contra las “otras” criaturas de la oscuridad, aquellas que no respetan nada ni nadie.
Esperemos que su Dios se apiade de su alma, porque nosotros no lo haremos.

Lord Aventine, Emisario de los Clanes Oscuros
Comunicado desde las  Naciones Unidas
24 de Septiembre de 1990

Desde hacía un par de décadas, el bosque era un terreno prohibido por el cual solo determinados humanos elegidos podían atravesar. Varias ciudades y pueblos cercanos a esas grandes vegetaciones se habían visto abandonados debido al peligro que ahora representaban. Solamente pequeños conclaves de brujas habitaban esos lugares, generalmente acompañadas por familias elegidas por algún clan de licántropos, hadas, u otra criatura benévola del bosque. 

Ese no era el caso de Mir. 

Desde un principio, la joven era consciente que su familia estaba cometiendo una locura al tratar de ganar el favor de algún clan oscuro. Esa clase de tratos se había perdido hacía unos 8 años atrás. El mundo no había terminado, pero la humanidad había cambiado radicalmente frente al abandono de los viejos clanes. 

Su padre y madre, desesperados ante la posibilidad de ser devorados por cualquier criatura de bajos había decidido pedir cobijo entre las brujas, o incluso entre los licántropos.
Lamentablemente, al ingresar por el bosque habían sido inmediatamente asediados por un Wendigo. 

Criatura devoradora de hombres. 

De su grupo compuesto por familiares cercanos y dos familias amigas, de los 30 que comenzaron ese viaje, al menos 5 habían muerto. El pánico había dominado a los demás y se habían terminado por diseminar por el bosque. 

Mir, quién sostenía la mano de su hermano pequeño, había atinado a correr sin mirar atrás. Ella tenía 14 años, era de estatura baja, pero lo suficientemente fuerte como para llevar el peso de su hermano de 4 años. El pequeño Lar tenía los ojos cerrados y se aferraba a ella como un koala. 

Su madre y padre se perdieron entre los gritos que quedaban tras ellos. 

No pudo saber cuánto tiempo llevaba corriendo, tampoco sabía si solamente retrasaba lo inevitable. Solo era consciente del latido desbocado del corazón de su hermano y el sonido del viento correr atacando sus oídos. 

Deseaba llorar, deseaba dejarse caer en el suelo y hacer desaparecer todo. Pero sabía mejor que nadie, que eso sólo le llevaría a un final peor. Lar… 

El paso del tiempo fue confuso, era de día cuando salieron en su marcha pero hasta que finalmente su cuerpo se había agotado en su loca carrera, había anochecido. 

Cayó de bruces al tropezar con una raíz. Su rodilla, codo y hombro derecho fueron los que más impacto absorbieron. Podía sentir el ardor de la carne viva y el olor a sangre invadió sus sentidos. El pánico que le había nublado la mente remontó, puesto que ahora eran una presa fácil para cualquier criatura de la noche. Su madre le había advertido. “El olor de la sangre puede atraer a muchos depredadores”. El Wendigo, necesitaba carne humana para subsistir. 

Jadeando, con los ojos inyectados de sangre y llenos de lágrimas empujó a Lar.
-¡Tienes que seguir!- le ordenó mientras que sus ojos miraban en todas direcciones. La oscuridad se cernía sobre ellos. Dentro de poco estarían completamente expuestos. -¡Corre!- volvió a ordenar. 

Lar era un mar de llantos, gateando hasta aferrarse a la ropa de su hermana. El pequeño no deseaba estar solo. La propia Mir deseaba poder acompañarle, pero solamente le pondría en peligro. 

-Vamos tontuelo. Tienes que seguir. Yo distraeré a esa cosa, y tú debes correr y encontrar refugio.- le dijo en un tono más suave, su corazón todavía corría desbocado en su pecho. Apenas podía respirar, y la cabeza le daba vueltas. Lar no quería saber nada respecto a abandonar a su hermana. Y Mir se desesperaba cada vez más, llorando y jadeando tratando de empujar al niño que ahora lloraba a gritos y moco tendido. 

Los movimientos en los arbustos hicieron que la joven quedase de una sola pieza. Solo atinó a tomar a su hermano y apretarlo contra su pecho mientras se arrastraba por el suelo del bosque hacia los arbustos. El niño, ya incapaz de calmarse, gritaba con fuerza. 

-¿Pero qué tenemos aquí?- Preguntó una voz suave detrás de ellos, la voz de un joven. Dos figuras envueltas en túnicas negras salieron de entre las sombras, una se mostraba claramente más alta que la otra. Mir no pudo evitar dejar escapar un pequeño gemido de temor cuando se acercaron lentamente. Lar nuevamente se escondió en su pecho, ambos temblaban de temor. -¿Qué hacen dos niños en este lugar?

-¿Parte del grupo atacado?- preguntó la segunda figura, su voz más profunda, claramente masculina. 

Mir sacudió la cabeza en un rápido gesto negativo, pero tenía demasiado miedo como para decir nada más. Miró a los alrededores preguntándose si lo mejor era correr. No tenía forma de saber si su familia estaba cerca, si habían sobrevivido. Y estas personas… estos seres sabían de su familia. Sabían que un grupo de humanos había sido atacado. 

Lar comenzaba a calmarse, su llanto transformándose en leves gemidos y jadeos de cansancio. El silencio les rodeó. No se oían ni gritos, ni movimiento, ni siquiera el sonido de algún animal nocturno. ¿Los animales habrían escapado del Wendigo? ¿O eran esas personas vestidas en túnicas negras quienes alejaban a los animales?

Por el rabillo del ojo notó como la figura más pequeña se acercaba lentamente. Reaccionó instintivamente, apretando a Lar contra su cuerpo y alejándose a rastras. 

La figura, retiró la capucha revelando cabellos rubios y piel blanca como la nieve, alzó las manos en un gesto aplacador mientras se arrodillaba para mirar a Mir a los ojos. 

-No tenemos intención de lastimarles. Pero es peligroso dejarlos aquí, solos y heridos. Si vienen con nosotros, podemos ver de encontrar a su familia. –le ofreció con una pequeña sonrisa. 

La chica, casi una niña de no ser por los asares del destino, apretó los dientes y miró con desconfianza. 

¿Qué otras opciones tenían? No podría defender a Lar contra las criaturas de la noche. Si esos hombres decidían llevárselos por la fuerza, no habría nada que pudiese hacer. 

-¿Prometen una muerte rápida y sin dolor?- preguntó con voz trémula. Si bien no podía confiar en las intenciones de esos seres. No podía confiar que no los tratasen como comida, o que los usasen como entretenimiento. Desconocía cómo eran los clanes oscuros, desconocía sus códigos y reglas, si es que los tenían. Pero al menos, deseaba darle un descanso rápido a su hermanito. Era lo único que podía permitirse desear. 

El joven rubio entreabrió los labios y le miró con ojos como platos. Por lo visto no esperaba esa clase de reacción de parte de Mir. Había cierta inocencia en ese rostro, sin embargo, esa extraña belleza y palidez dejaban en claro que no era un humano. Su acompañante dejó escapar una suerte de gruñido mientras carraspeaba, fue como si se tratase de un perro que se sacudía agua de su pelaje. 

Pasaron unos instantes hasta que alguien volvió a hablar. La mirada del joven se había suavizado en algo similar a pena o incluso lástima. 

-Te prometo que nada malo pasará. Nosotros nos encargaremos de cuidar de ambos.- Le dijo mientras extendía una mano y se la ofrecía en un gesto de invitación. 

Mir suspiró, miró los negros cabellos de Lar y parpadeó un par de veces para alejar las lágrimas de sus ojos. No confiaba en esas personas. Estaba aterrorizada, y sabía que no tenía más opciones. Al menos, no tenía opciones que le permitiesen velar por la seguridad de Lar. Tomó la mano del joven con rapidez, temiendo arrepentirse y cometer una locura como tratar de salir corriendo. 

El joven asintió, poniéndose de pie y ayudándola a enderezarse. La figura más grande se acercó, por entre los pliegues de la capucha vio un rostro severo de nariz aguileña. 

-¿Sus nombres?- preguntó ese hombre. 

-Mir… y Lar- le contestó con suavidad, sujetando con más fuerza a su hermano mientras que trataba de lidiar con sus heridas y su cansancio. No pensaba soltar a Lar por nada del mundo, y esos hombres lo sabían y lo respetaban. 

El pequeño asomó la cabeza lentamente, mirando al hombre alto con ojos curiosos. El joven rubio les ofreció una sonrisa, pero el niño parecía completamente cautivado por el gigante (gigante a sus ojos). 

-Nosotros somos Thomas y Michel- dijo mientras apoyaba su mano en el brazo sano de Mir y la guiaba hacia algún lugar. 

Esperaba poder vivir para ver otro día. Pero Mir no tenía muchas expectativas. La humanidad había perdido muchas cosas, la esperanza entre ellas. 

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Dusk por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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