Durante siglos hemos velado por ustedes. Les hemos protegido, y les hemos brindado una barrera frente a cosas que simplemente son demasiado poderosas y oscuras como para que las comprendan. ¿Es así como nos pagan?
Juegos de sangre, esclavitud y manipulaciones. Sus
gobiernos ultrajan nuestros clanes, nos utilizan como si fuésemos conejillos de
indias de sus experimentos salidos de novelas de ciencia ficción. Hemos
sangrado para protegerles, les hemos dado herramientas para defenderse de lo
desconocido. ¿Es esta la alianza que deseaban?
No recibirán nada más de nosotros.
Hemos vivido millones de años antes que ustedes, les
hemos visto crecer y madurar. Les hemos visto matarse por un pedazo de tierra,
ultrajar a sus hermanos y hermanas, decapitar a sus niños por cosas tan
inútiles como un color de piel o una opinión distinta. A pesar de todo esto,
hemos respetado sus decisiones. Les hemos dejado dominarse a sí mismos.
Pero ahora han cruzado la línea. Han escupido en la
cara de sus protectores. Nos han utilizado como ganado, han mordido la mano que
les da cobijo y los alimenta.
Desde esta noche, toda protección que los clanes
oscuros ofrecían a la humanidad. Todo convenio establecido entre gobiernos y
los clanes queda revocado. Toda protección mágica, toda barrera, todo guardián
establecido será removido.
La humanidad ahora deberá enfrentarse contra las “otras”
criaturas de la oscuridad, aquellas que no respetan nada ni nadie.
Esperemos que su Dios se apiade de su alma, porque
nosotros no lo haremos.
Lord Aventine, Emisario de los Clanes Oscuros
Comunicado desde las
Naciones Unidas
24 de Septiembre de 1990
Desde hacía un par de décadas, el bosque era un
terreno prohibido por el cual solo determinados humanos elegidos podían
atravesar. Varias ciudades y pueblos cercanos a esas grandes vegetaciones se
habían visto abandonados debido al peligro que ahora representaban. Solamente
pequeños conclaves de brujas habitaban esos lugares, generalmente acompañadas
por familias elegidas por algún clan de licántropos, hadas, u otra criatura
benévola del bosque.
Ese no era el caso de Mir.
Desde un principio, la joven era consciente que su
familia estaba cometiendo una locura al tratar de ganar el favor de algún clan
oscuro. Esa clase de tratos se había perdido hacía unos 8 años atrás. El mundo
no había terminado, pero la humanidad había cambiado radicalmente frente al
abandono de los viejos clanes.
Su padre y madre, desesperados ante la posibilidad
de ser devorados por cualquier criatura de bajos había decidido pedir cobijo
entre las brujas, o incluso entre los licántropos.
Lamentablemente, al ingresar por el bosque habían
sido inmediatamente asediados por un Wendigo.
Criatura devoradora de hombres.
De su grupo compuesto por familiares cercanos y
dos familias amigas, de los 30 que comenzaron ese viaje, al menos 5 habían
muerto. El pánico había dominado a los demás y se habían terminado por
diseminar por el bosque.
Mir, quién sostenía la mano de su hermano pequeño,
había atinado a correr sin mirar atrás. Ella tenía 14 años, era de estatura
baja, pero lo suficientemente fuerte como para llevar el peso de su hermano de
4 años. El pequeño Lar tenía los ojos cerrados y se aferraba a ella como un
koala.
Su madre y padre se perdieron entre los gritos que
quedaban tras ellos.
No pudo saber cuánto tiempo llevaba corriendo,
tampoco sabía si solamente retrasaba lo inevitable. Solo era consciente del
latido desbocado del corazón de su hermano y el sonido del viento correr
atacando sus oídos.
Deseaba llorar, deseaba dejarse caer en el suelo y
hacer desaparecer todo. Pero sabía mejor que nadie, que eso sólo le llevaría a
un final peor. Lar…
El paso del tiempo fue confuso, era de día cuando
salieron en su marcha pero hasta que finalmente su cuerpo se había agotado en
su loca carrera, había anochecido.
Cayó de bruces al tropezar con una raíz. Su
rodilla, codo y hombro derecho fueron los que más impacto absorbieron. Podía
sentir el ardor de la carne viva y el olor a sangre invadió sus sentidos. El
pánico que le había nublado la mente remontó, puesto que ahora eran una presa
fácil para cualquier criatura de la noche. Su madre le había advertido. “El
olor de la sangre puede atraer a muchos depredadores”. El Wendigo, necesitaba
carne humana para subsistir.
Jadeando, con los ojos inyectados de sangre y
llenos de lágrimas empujó a Lar.
-¡Tienes que seguir!- le ordenó mientras que sus
ojos miraban en todas direcciones. La oscuridad se cernía sobre ellos. Dentro
de poco estarían completamente expuestos. -¡Corre!- volvió a ordenar.
Lar era un mar de llantos, gateando hasta
aferrarse a la ropa de su hermana. El pequeño no deseaba estar solo. La propia
Mir deseaba poder acompañarle, pero solamente le pondría en peligro.
-Vamos tontuelo. Tienes que seguir. Yo distraeré a
esa cosa, y tú debes correr y encontrar refugio.- le dijo en un tono más suave,
su corazón todavía corría desbocado en su pecho. Apenas podía respirar, y la
cabeza le daba vueltas. Lar no quería saber nada respecto a abandonar a su
hermana. Y Mir se desesperaba cada vez más, llorando y jadeando tratando de
empujar al niño que ahora lloraba a gritos y moco tendido.
Los movimientos en los arbustos hicieron que la
joven quedase de una sola pieza. Solo atinó a tomar a su hermano y apretarlo
contra su pecho mientras se arrastraba por el suelo del bosque hacia los
arbustos. El niño, ya incapaz de calmarse, gritaba con fuerza.
-¿Pero qué tenemos aquí?- Preguntó una voz suave
detrás de ellos, la voz de un joven. Dos figuras envueltas en túnicas negras
salieron de entre las sombras, una se mostraba claramente más alta que la otra.
Mir no pudo evitar dejar escapar un pequeño gemido de temor cuando se acercaron
lentamente. Lar nuevamente se escondió en su pecho, ambos temblaban de temor. -¿Qué
hacen dos niños en este lugar?
-¿Parte del grupo atacado?- preguntó la segunda
figura, su voz más profunda, claramente masculina.
Mir sacudió la cabeza en un rápido gesto negativo,
pero tenía demasiado miedo como para decir nada más. Miró a los alrededores
preguntándose si lo mejor era correr. No tenía forma de saber si su familia
estaba cerca, si habían sobrevivido. Y estas personas… estos seres sabían de su familia. Sabían que
un grupo de humanos había sido atacado.
Lar comenzaba a calmarse, su llanto
transformándose en leves gemidos y jadeos de cansancio. El silencio les rodeó.
No se oían ni gritos, ni movimiento, ni siquiera el sonido de algún animal
nocturno. ¿Los animales habrían escapado del Wendigo? ¿O eran esas personas
vestidas en túnicas negras quienes alejaban a los animales?
Por el rabillo del ojo notó como la figura más
pequeña se acercaba lentamente. Reaccionó instintivamente, apretando a Lar
contra su cuerpo y alejándose a rastras.
La figura, retiró la capucha revelando cabellos
rubios y piel blanca como la nieve, alzó las manos en un gesto aplacador
mientras se arrodillaba para mirar a Mir a los ojos.
-No tenemos intención de lastimarles. Pero es
peligroso dejarlos aquí, solos y heridos. Si vienen con nosotros, podemos ver
de encontrar a su familia. –le ofreció con una pequeña sonrisa.
La chica, casi una niña de no ser por los asares
del destino, apretó los dientes y miró con desconfianza.
¿Qué otras opciones tenían? No podría defender a Lar
contra las criaturas de la noche. Si esos hombres decidían llevárselos por la
fuerza, no habría nada que pudiese hacer.
-¿Prometen una muerte rápida y sin dolor?-
preguntó con voz trémula. Si bien no podía confiar en las intenciones de esos
seres. No podía confiar que no los tratasen como comida, o que los usasen como
entretenimiento. Desconocía cómo eran los clanes oscuros, desconocía sus códigos
y reglas, si es que los tenían. Pero al menos, deseaba darle un descanso rápido
a su hermanito. Era lo único que podía permitirse desear.
El joven rubio entreabrió los labios y le miró con
ojos como platos. Por lo visto no esperaba esa clase de reacción de parte de
Mir. Había cierta inocencia en ese rostro, sin embargo, esa extraña belleza y
palidez dejaban en claro que no era un humano. Su acompañante dejó escapar una
suerte de gruñido mientras carraspeaba, fue como si se tratase de un perro que
se sacudía agua de su pelaje.
Pasaron unos instantes hasta que alguien volvió a
hablar. La mirada del joven se había suavizado en algo similar a pena o incluso
lástima.
-Te prometo que nada malo pasará. Nosotros nos
encargaremos de cuidar de ambos.- Le dijo mientras extendía una mano y se la ofrecía
en un gesto de invitación.
Mir suspiró, miró los negros cabellos de Lar y
parpadeó un par de veces para alejar las lágrimas de sus ojos. No confiaba en
esas personas. Estaba aterrorizada, y sabía que no tenía más opciones. Al
menos, no tenía opciones que le permitiesen velar por la seguridad de Lar. Tomó
la mano del joven con rapidez, temiendo arrepentirse y cometer una locura como
tratar de salir corriendo.
El joven asintió, poniéndose de pie y ayudándola a
enderezarse. La figura más grande se acercó, por entre los pliegues de la
capucha vio un rostro severo de nariz aguileña.
-¿Sus nombres?- preguntó ese hombre.
-Mir… y Lar- le contestó con suavidad, sujetando
con más fuerza a su hermano mientras que trataba de lidiar con sus heridas y su
cansancio. No pensaba soltar a Lar por nada del mundo, y esos hombres lo sabían
y lo respetaban.
El pequeño asomó la cabeza lentamente, mirando al
hombre alto con ojos curiosos. El joven rubio les ofreció una sonrisa, pero el
niño parecía completamente cautivado por el gigante (gigante a sus ojos).
-Nosotros somos Thomas y Michel- dijo mientras
apoyaba su mano en el brazo sano de Mir y la guiaba hacia algún lugar.
Esperaba poder vivir para ver otro día. Pero Mir
no tenía muchas expectativas. La humanidad había perdido muchas cosas, la
esperanza entre ellas.
Dusk por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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