domingo, 7 de abril de 2013

Tan solo un recuerdo

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Tan solo un recuerdo

El final no fue una sorpresa. Desde un principio ambos sabían cuál sería el resultado final. Josephine lo sentía en su cuerpo, en su cansancio y en su reflejo. Louis lo veía en sus ojos, en su piel y en su voz. 

Cada enfermedad es distinta, algunas se enmascaran como seres inocentes los cuales llegan con una fina lluvia o con la primera nevada del invierno; otras son como veneno el cual lentamente carcome a la persona hasta finalmente verla desaparecer sin dejar nada salvo un recuerdo amargo en la mente de los que quedan atrás. 

Cuando los médicos les habían anunciado que no había cura, que la enfermedad había avanzado demasiado, solo atinaron a guardar silencio y apretar las manos con desesperación.  Ella desvió la mirada y contempló sus manos, y al ver sus muñecas supo que no habría marcha atrás. Él hablaba con desesperación, pidiendo segundas opiniones, rogando por otra salida por promesas (aunque supiese que eran promesas vacías).  

“Qué curioso… ¿Por qué no me había dado cuenta de lo consumida que estaba?”, pensó ella mientras que dejaba el dedo índice de su mano libre acariciar la piel de su amado y compararla con la propia.
Y pensar que todo había comenzado como una pequeña tos, un leve escozor en la garganta, unas líneas de fiebre. Síntomas que eran fáciles de desestimar. Algo pasajero, algo sin importancia.
Pero a fin de cuentas, el resultado fue inevitable. 

Después de aquél anuncio, él se sumió en silencio; desesperación y tristeza. Pero ella, ni lenta ni perezosa, eligió vivir sus últimos días con la firmeza y el aplomo que todo ser vivo debería de demostrar. 

No había tiempo que perder, por lo que era necesario perseguir esos sueños y promesas que habían dejado para más adelante. No había necesidad de mentirse, y aunque era terrorífico pensar que no tenían tiempo, seguirían como si nada. 

Fue una hermosa boda de primavera la que los unió. Ambos derramaron lágrimas, y solamente sus testigos se encontraron presentes. Nada de familiares que seguramente terminarían lamentándose por su amor desafortunado el cual duraría poco. No, habían decidido celebrar la vida y dejar de lado los pensamientos de muerte para cuando llegara el momento. 

Esa decisión seguramente sería tonta para algunos. Después de todo, ¿qué les traería ignorar la realidad salvo amargura al final? Ah, pero ellos ya sentían el peso de la despedida en su piel, no era necesario lamentarse todo el tiempo. Ella deseaba ser feliz hasta el final, y él solo quería verle sonreír por siempre. Incluso si su para siempre no duraba más que unos pocos meses. 

Día  a día ella reía, consumiéndose presa de una enfermedad sin posibilidad de cura. Día a día el miraba con ojos llenos de tristeza, pero sonreía y reía porque era lo que ella necesitaba. Las noches las pasaban frente a la chimenea, leyendo grandes historias de aventuras y recordando los mejores momentos que los habían llevado a enamorarse. 

Se conocieron en los principios de primavera hacía unos 2 años atrás. Ambos unos retoños que abandonaban su adolescencia. Josephine con sus largos cabellos castaños y Louis con su cabello cobrizo, ambos habían quedado prendados de la belleza del otro. Habían pasado semanas actuando con formalidad tratando aparentar ser las personas que su título revelaba. Ambos de familia aristocrática y creyentes de que era necesario mostrar sus mejores modales para conquistar al otro. 

Cómicamente fue tras una fuerte pelea sobre sus posturas frente al trato de la servidumbre, la cual fue coronada con Josephine resbalando sobre el barro de la entrada de la mansión y estallando en carcajadas debido a la ridiculez de la situación, que Louis se dijo: Esta es la clase de mujer con la que podría pasar el resto de mis días

Y el resto, como dicen, fue historia. Ambos dejaron de lado sus posturas de señoritos de alta sociedad y simplemente se dedicaron a actuar como los jóvenes irresponsables y soñadores que eran. Sus padres sacudían la cabeza, rogando a Dios que ambos recuperasen la compostura, pero no podían negar que había un gran afecto entre sus hijos. Los sirvientes en cambio, se sentían libres de actuar con mayor soltura con sus jóvenes amos. Había cierto respeto y cariño, eran como una extraña familia disfuncional. 

La alta sociedad tenía una opinión muy clara sobre su aberrante actuación, pero a ellos no les importaba. Y mientras mantuviesen las apariencias en fiestas y reuniones, nadie se sentía con la autoridad de demandar nada. 

La llegada de la enfermedad fue un golpe duro para toda la familia. Los sirvientes de la Mansión sacudían la cabeza y les dedicaban toda la alegría que podían, y solamente en sus cuarteles privados entre copas de vino y el humo del tabaco se permitían discutir sobre la tristeza que dominaba al joven amo y como la señorita pronto les dejaría la carcasa de un hombre. 

Todos los días, la joven tomaba la mano de su esposo y le decía:
“Nada de tristeza y nada de dolor. Cuando me vaya eres libre de seguir adelante con una vida llena de colores y alegría. Solo quiero que recuerdes lo mejor, y yo te esperaré del otro lado cuando llegue tu hora”.

Aquellas charlas deprimían al joven, pero eran anuncios necesarios puesto que el resultado sería inevitable. El no pensar en ello constantemente no cambiaba el hecho de que las cosas pasarían, por lo que aceptaba en silencio cada palabra que le era regalada, mentalmente tratando de prepararse para lo que vendría. 

Cuando finalmente llegó la hora, fue durante la noche mientras ambos dormían. El despertó ante el tacto frío de Josephine. Un llanto desgarrador invadió la estancia, y solo cuando se hubo calmado atinó a llamar a la servidumbre para que la limpiasen y preparasen. Sin importar cuánto se hubiesen preparado todavía lo sentía como una sorpresa. Solo podía mirar la expresión del rostro de Josephine, ¿acaso había sentido dolor? Su semblante era el de una persona teniendo un mal sueño, un semblante preocupado, y al combinarlo con su tono de piel…

La habitación fue llenada de flores, todos los colores y los aromas que ella había amado la rodeaban. Era lo último que le había pedido, lo último que había deseado. 

“Buen viaje Josephine”, susurró entre lágrimas mientras que se aferraba a su vestido. 

Louis se dejó llevar por el aroma de las flores. Y aunque había sufrido su separación, recordaba todo el amor que habían compartido. 

No era un adiós, sino una breve separación antes de un reencuentro en una aventura más grande. Y en aquella aventura, todo lo habría quedado de su dolor sería tan solo un recuerdo. 

Fin

Imágen que inspiró el texto: 

Licencia Creative Commons
Tan Solo un Recuerdo por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional..

1 comentario:

  1. Muy triste pero hermoso, espero m
    ás con ansias . La dama de negro (?)

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