jueves, 18 de abril de 2013

Ir con la Corriente


Ir con la corriente

Cuando uno es pequeño, siempre recibe determinados consejos de sus padres que se esperan sean seguidos a raja tabla. Los famosos: “No hables con extraños”; “mira a ambos lados antes de cruzar la calle”; “No metas cosas sucias en tu boca”; etc. 


Annie, una pequeña de 5 años pelirroja y llena de pecas, tenía una forma muy peculiar de interpretar todas estas enseñanzas. Consideraba que si se presentaba con una persona, y esta le respondía de igual forma, entonces no serían extraños sino conocidos. Sabía que no debía meterse cosas sucias en su boca, por lo que siempre llevaba el objeto que había llamado su interés de regreso a casa y lo lavaba con agua y jabón antes de finalmente probarlo. 



Los padres de esta niña sacudían la cabeza y blanqueaban los ojos sin saber de dónde provenían esas ideas tan inusuales de su pequeña. Solían culpar a la abuela, quien en sus 80 años de vida y con varias telarañas en el cerebro, tendía a dejarse ir en sus ensueños y hablar de cosas incoherentes. O al menos, cosas incoherentes para los adultos. 



Cada familia tiene su forma de dar enseñanzas a sus hijos, y esta familia tenía su propio set de reglas que la jovencita debía de respetar por encima de todas las cosas. 

Una de estas reglas, muy simple y sencilla, era: “Nunca cruces la calle sola. Siempre en compañía de un adulto”. Esta regla, por encima de todas las otras, le provocaba cierta curiosidad a la pequeña. ¿Significaba entonces que no podía cruzar la calle nunca? ¿Solo podía cruzar la calle cuando estuviese presente un adulto? ¿Debía ser un adulto cualquiera? Pero, ¿Y si cruzaba la calle en esas grandes esquinas dónde había muchos adultos, entonces podía cruzar sin complicaciones?

Como verán, son muchas preguntas para una pequeña. Y a pesar de que ella deseaba plantear sus dudas a sus padres, no deseaba molestarles. Solían retarle cuando ella preguntaba cosas “incoherentes”. Para ella, los adultos eran seres extraños que se contradecían y le retaban por su curiosidad. Y cuando le preguntaba a su abuela, ella a veces se la quedaba mirando y a veces le preguntaba cómo se llamaba. Sin duda, le resultaban muy extraños esos adultos. 

Pero si había algo que Annie amaba, eran las aventuras. Y suponía que podía ir a cualquier lugar mientras hubiese un adulto acompañándole cuando cruzase la calle. 

Cuando salía a jugar, iba a la esquina de la manzana y esperaba a que un adulto cruzase la calle para seguirlo con pasos rápidos. Era una extraña diversión. Cruzar de manzana a manzana. Y cuando sus padres la encontraron realizando esa travesura, solamente atinaron a darle el castigo de su vida y prohibirle salir a la calle. 

Pero esta pequeña pelirroja, era bastante testaruda. Durante años continuó con esa clase de actitud, hasta que finalmente a los 8 años de edad, siguió los pasos de una hermosa mujer de cabello rubio. 

En esa ocasión, Annie se encontraba a un par de manzanas de su casa, habiendo seguido a otros adultos y escapando de los hijos de los vecinos que siempre la molestaban. Con 8 años de edad, había logrado escapar de casa hasta casi llegar al parque que ella sabía estaba del otro lado de la avenida. 

La asustaba un poco aquella avenida. Habían demasiados autos, y el camino se veía enorme. Los adultos caminaban apurados y parecían estar demasiado enfrascados en sus propios pensamientos como para prestarle atención a la pequeña pelirroja que los miraba desde abajo. Pero fue entonces cuando vio a una mujer rubia parada a su lado, inmutable, de rostro hermoso contemplando la avenida. Se la veía un poco triste, Annie se sintió mal por ella. 

La pequeña, extendió la mano hasta tomar la de la señorita. La mujer le miró con sorpresa. 

No intercambiaron palabras, más que nada porque la mujer debía de presentarse primero para que Annie pudiese hablarle. Sin embargo, la mujer no dijo nada, pero hubo algo extraño en su mirada cuando le dedicó una pequeña sonrisa a la pequeña. Alzó un dedo y señalo hacia el parque del otro lado de la acera, inclinando la cabeza como si fuese una pregunta. La pequeña asintió varias veces con una gran sonrisa. 

La mujer comenzó a caminar, su mano firmemente en la de la pequeña, sus miradas entrecruzadas y sus labios reflejando la misma sonrisa.
Los ruidos de los autos se tornaban más fuertes, pero Annie solo podía sostener la mirada de la mujer que le ayudaba a cruzar la calle. Era como si hubiese una suerte de hechizo que le obligaba a mantener sus ojos fijos en los de su acompañante. Pudo escuchar un gran chillido y el sonido de varias voces alzarse. 

El impacto, cuando llegó, fue repentino y fuerte. Tan fuerte de hecho, que todo se volvió negro y fue una sensación similar a cuando cerraba los ojos con fuerza y se empujaba a sí misma hasta el fondo de la bañera. Los sonidos se tornaron mudos, y lentamente se sintió dejarse ir. Sentía que estaba en un sueño, por lo que no se preocupó. Todo estaba oscuro, pero eso era normal cuando se dormía. 

Annie se dejó ir. Y todo lo que quedó atrás fueron gritos horrorizados de transeúntes y testigos. 

La pequeña había olvidado una regla importante. 

“Siempre mira que el semáforo esté en rojo”

Annie no había mirado puesto que había estado concentrada en el rostro de la mujer que le acompañaba. 

La niña ya nunca seguiría más reglas. Aquella mujer ahora sería conocida como una asesina. Ambas, habían encontrado otra aventura sin reglas y sin límites.

FIN



Licencia Creative Commons
Ir con la Corriente por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

domingo, 7 de abril de 2013

Tan solo un recuerdo

Música Recomendada:



Tan solo un recuerdo

El final no fue una sorpresa. Desde un principio ambos sabían cuál sería el resultado final. Josephine lo sentía en su cuerpo, en su cansancio y en su reflejo. Louis lo veía en sus ojos, en su piel y en su voz. 

Cada enfermedad es distinta, algunas se enmascaran como seres inocentes los cuales llegan con una fina lluvia o con la primera nevada del invierno; otras son como veneno el cual lentamente carcome a la persona hasta finalmente verla desaparecer sin dejar nada salvo un recuerdo amargo en la mente de los que quedan atrás. 

Cuando los médicos les habían anunciado que no había cura, que la enfermedad había avanzado demasiado, solo atinaron a guardar silencio y apretar las manos con desesperación.  Ella desvió la mirada y contempló sus manos, y al ver sus muñecas supo que no habría marcha atrás. Él hablaba con desesperación, pidiendo segundas opiniones, rogando por otra salida por promesas (aunque supiese que eran promesas vacías).  

“Qué curioso… ¿Por qué no me había dado cuenta de lo consumida que estaba?”, pensó ella mientras que dejaba el dedo índice de su mano libre acariciar la piel de su amado y compararla con la propia.
Y pensar que todo había comenzado como una pequeña tos, un leve escozor en la garganta, unas líneas de fiebre. Síntomas que eran fáciles de desestimar. Algo pasajero, algo sin importancia.
Pero a fin de cuentas, el resultado fue inevitable. 

Después de aquél anuncio, él se sumió en silencio; desesperación y tristeza. Pero ella, ni lenta ni perezosa, eligió vivir sus últimos días con la firmeza y el aplomo que todo ser vivo debería de demostrar. 

No había tiempo que perder, por lo que era necesario perseguir esos sueños y promesas que habían dejado para más adelante. No había necesidad de mentirse, y aunque era terrorífico pensar que no tenían tiempo, seguirían como si nada. 

Fue una hermosa boda de primavera la que los unió. Ambos derramaron lágrimas, y solamente sus testigos se encontraron presentes. Nada de familiares que seguramente terminarían lamentándose por su amor desafortunado el cual duraría poco. No, habían decidido celebrar la vida y dejar de lado los pensamientos de muerte para cuando llegara el momento. 

Esa decisión seguramente sería tonta para algunos. Después de todo, ¿qué les traería ignorar la realidad salvo amargura al final? Ah, pero ellos ya sentían el peso de la despedida en su piel, no era necesario lamentarse todo el tiempo. Ella deseaba ser feliz hasta el final, y él solo quería verle sonreír por siempre. Incluso si su para siempre no duraba más que unos pocos meses. 

Día  a día ella reía, consumiéndose presa de una enfermedad sin posibilidad de cura. Día a día el miraba con ojos llenos de tristeza, pero sonreía y reía porque era lo que ella necesitaba. Las noches las pasaban frente a la chimenea, leyendo grandes historias de aventuras y recordando los mejores momentos que los habían llevado a enamorarse. 

Se conocieron en los principios de primavera hacía unos 2 años atrás. Ambos unos retoños que abandonaban su adolescencia. Josephine con sus largos cabellos castaños y Louis con su cabello cobrizo, ambos habían quedado prendados de la belleza del otro. Habían pasado semanas actuando con formalidad tratando aparentar ser las personas que su título revelaba. Ambos de familia aristocrática y creyentes de que era necesario mostrar sus mejores modales para conquistar al otro. 

Cómicamente fue tras una fuerte pelea sobre sus posturas frente al trato de la servidumbre, la cual fue coronada con Josephine resbalando sobre el barro de la entrada de la mansión y estallando en carcajadas debido a la ridiculez de la situación, que Louis se dijo: Esta es la clase de mujer con la que podría pasar el resto de mis días

Y el resto, como dicen, fue historia. Ambos dejaron de lado sus posturas de señoritos de alta sociedad y simplemente se dedicaron a actuar como los jóvenes irresponsables y soñadores que eran. Sus padres sacudían la cabeza, rogando a Dios que ambos recuperasen la compostura, pero no podían negar que había un gran afecto entre sus hijos. Los sirvientes en cambio, se sentían libres de actuar con mayor soltura con sus jóvenes amos. Había cierto respeto y cariño, eran como una extraña familia disfuncional. 

La alta sociedad tenía una opinión muy clara sobre su aberrante actuación, pero a ellos no les importaba. Y mientras mantuviesen las apariencias en fiestas y reuniones, nadie se sentía con la autoridad de demandar nada. 

La llegada de la enfermedad fue un golpe duro para toda la familia. Los sirvientes de la Mansión sacudían la cabeza y les dedicaban toda la alegría que podían, y solamente en sus cuarteles privados entre copas de vino y el humo del tabaco se permitían discutir sobre la tristeza que dominaba al joven amo y como la señorita pronto les dejaría la carcasa de un hombre. 

Todos los días, la joven tomaba la mano de su esposo y le decía:
“Nada de tristeza y nada de dolor. Cuando me vaya eres libre de seguir adelante con una vida llena de colores y alegría. Solo quiero que recuerdes lo mejor, y yo te esperaré del otro lado cuando llegue tu hora”.

Aquellas charlas deprimían al joven, pero eran anuncios necesarios puesto que el resultado sería inevitable. El no pensar en ello constantemente no cambiaba el hecho de que las cosas pasarían, por lo que aceptaba en silencio cada palabra que le era regalada, mentalmente tratando de prepararse para lo que vendría. 

Cuando finalmente llegó la hora, fue durante la noche mientras ambos dormían. El despertó ante el tacto frío de Josephine. Un llanto desgarrador invadió la estancia, y solo cuando se hubo calmado atinó a llamar a la servidumbre para que la limpiasen y preparasen. Sin importar cuánto se hubiesen preparado todavía lo sentía como una sorpresa. Solo podía mirar la expresión del rostro de Josephine, ¿acaso había sentido dolor? Su semblante era el de una persona teniendo un mal sueño, un semblante preocupado, y al combinarlo con su tono de piel…

La habitación fue llenada de flores, todos los colores y los aromas que ella había amado la rodeaban. Era lo último que le había pedido, lo último que había deseado. 

“Buen viaje Josephine”, susurró entre lágrimas mientras que se aferraba a su vestido. 

Louis se dejó llevar por el aroma de las flores. Y aunque había sufrido su separación, recordaba todo el amor que habían compartido. 

No era un adiós, sino una breve separación antes de un reencuentro en una aventura más grande. Y en aquella aventura, todo lo habría quedado de su dolor sería tan solo un recuerdo. 

Fin

Imágen que inspiró el texto: 

Licencia Creative Commons
Tan Solo un Recuerdo por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional..

jueves, 4 de abril de 2013

Testing the waters

Greetings everyone! Saludos a todos!

Bajo la insistencia de un amigo, he tomado la decisión de crear este blog a fin de obligarme a escribir. La temática será variable, y espero poder llegar a notar la evolución de mi estilo. Es mi intención el publicar algo nuevo todas las semanas, pero como también tengo que lidiar con la vida del estudiante universitario, probablemente tarde un poco en aclimatarme.

Les pido paciencia y críticas constructivas.

Muchas gracias por su tiempo.