Ir con la corriente
Cuando uno es pequeño, siempre recibe determinados consejos de sus padres que se esperan sean seguidos a raja tabla. Los famosos: “No hables con extraños”; “mira a ambos lados antes de cruzar la calle”; “No metas cosas sucias en tu boca”; etc.
Annie, una pequeña de 5 años pelirroja y llena de pecas,
tenía una forma muy peculiar de interpretar todas estas enseñanzas. Consideraba
que si se presentaba con una persona, y esta le respondía de igual forma,
entonces no serían extraños sino conocidos. Sabía que no debía meterse cosas
sucias en su boca, por lo que siempre llevaba el objeto que había llamado su
interés de regreso a casa y lo lavaba con agua y jabón antes de finalmente
probarlo.
Los padres de esta niña sacudían la cabeza y blanqueaban los
ojos sin saber de dónde provenían esas ideas tan inusuales de su pequeña. Solían
culpar a la abuela, quien en sus 80 años de vida y con varias telarañas en el
cerebro, tendía a dejarse ir en sus ensueños y hablar de cosas incoherentes. O
al menos, cosas incoherentes para los adultos.
Cada familia tiene su forma de dar enseñanzas a sus hijos, y
esta familia tenía su propio set de
reglas que la jovencita debía de respetar por encima de todas las cosas.
Una de estas reglas, muy simple y sencilla, era: “Nunca
cruces la calle sola. Siempre en compañía de un adulto”. Esta regla, por encima
de todas las otras, le provocaba cierta curiosidad a la pequeña. ¿Significaba
entonces que no podía cruzar la calle nunca? ¿Solo podía cruzar la calle cuando
estuviese presente un adulto? ¿Debía ser un adulto cualquiera? Pero, ¿Y si
cruzaba la calle en esas grandes esquinas dónde había muchos adultos, entonces
podía cruzar sin complicaciones?
Como verán, son muchas preguntas para una pequeña. Y a pesar
de que ella deseaba plantear sus dudas a sus padres, no deseaba molestarles.
Solían retarle cuando ella preguntaba cosas “incoherentes”. Para ella, los
adultos eran seres extraños que se contradecían y le retaban por su curiosidad.
Y cuando le preguntaba a su abuela, ella a veces se la quedaba mirando y a
veces le preguntaba cómo se llamaba. Sin duda, le resultaban muy extraños esos
adultos.
Pero si había algo que Annie amaba, eran las aventuras. Y
suponía que podía ir a cualquier lugar mientras hubiese un adulto acompañándole
cuando cruzase la calle.
Cuando salía a jugar, iba a la esquina de la manzana y
esperaba a que un adulto cruzase la calle para seguirlo con pasos rápidos. Era
una extraña diversión. Cruzar de manzana a manzana. Y cuando sus padres la
encontraron realizando esa travesura, solamente atinaron a darle el castigo de
su vida y prohibirle salir a la calle.
Pero esta pequeña pelirroja, era bastante testaruda. Durante
años continuó con esa clase de actitud, hasta que finalmente a los 8 años de
edad, siguió los pasos de una hermosa mujer de cabello rubio.
En esa ocasión, Annie se encontraba a un par de manzanas de
su casa, habiendo seguido a otros adultos y escapando de los hijos de los
vecinos que siempre la molestaban. Con 8 años de edad, había logrado escapar de
casa hasta casi llegar al parque que ella sabía estaba del otro lado de la
avenida.
La asustaba un poco aquella avenida. Habían demasiados
autos, y el camino se veía enorme. Los adultos caminaban apurados y parecían estar
demasiado enfrascados en sus propios pensamientos como para prestarle atención a
la pequeña pelirroja que los miraba desde abajo. Pero fue entonces cuando vio a
una mujer rubia parada a su lado, inmutable, de rostro hermoso contemplando la
avenida. Se la veía un poco triste, Annie se sintió mal por ella.
La pequeña, extendió la mano hasta tomar la de la señorita. La
mujer le miró con sorpresa.
No intercambiaron palabras, más que nada porque la mujer
debía de presentarse primero para que Annie pudiese hablarle. Sin embargo, la
mujer no dijo nada, pero hubo algo extraño en su mirada cuando le dedicó una
pequeña sonrisa a la pequeña. Alzó un dedo y señalo hacia el parque del otro
lado de la acera, inclinando la cabeza como si fuese una pregunta. La pequeña
asintió varias veces con una gran sonrisa.
La mujer comenzó a caminar, su mano firmemente en la de la
pequeña, sus miradas entrecruzadas y sus labios reflejando la misma sonrisa.
Los ruidos de los autos se tornaban más fuertes, pero Annie
solo podía sostener la mirada de la mujer que le ayudaba a cruzar la calle. Era
como si hubiese una suerte de hechizo que le obligaba a mantener sus ojos fijos
en los de su acompañante. Pudo escuchar un gran chillido y el sonido de varias
voces alzarse.
El impacto, cuando llegó, fue repentino y fuerte. Tan fuerte
de hecho, que todo se volvió negro y fue una sensación similar a cuando cerraba
los ojos con fuerza y se empujaba a sí misma hasta el fondo de la bañera. Los
sonidos se tornaron mudos, y lentamente se sintió dejarse ir. Sentía que estaba
en un sueño, por lo que no se preocupó. Todo estaba oscuro, pero eso era normal
cuando se dormía.
Annie se dejó ir. Y todo lo que quedó atrás fueron gritos
horrorizados de transeúntes y testigos.
La pequeña había olvidado una regla importante.
“Siempre mira que el semáforo esté en rojo”
Annie no había mirado puesto que había estado concentrada en
el rostro de la mujer que le acompañaba.
La niña ya nunca seguiría más reglas. Aquella mujer ahora sería conocida como una asesina. Ambas,
habían encontrado otra aventura sin reglas y sin límites.
FIN
Ir con la Corriente por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.