viernes, 2 de enero de 2015

El Hombre Cansado



La humanidad es hipócrita.

El ser humano perpetúa su existencia a través del refuerzo de su placer. Si es placentero, aunque le haga daño, lo usará hasta que le destruya. Si algo le genera rechazo o desagrado, lo repudiará aunque no haya lógica ni sentido. A la persona no le gusta que la demuestren ignorante, por lo que cualquier llamado de atención será tomado como un ataque contra su integridad.

La humanidad se construye en ilusiones. Y cuando éstas son puestas en evidencia, su hipocresía le lleva a adornar las mentiras en un intento de hacer el trago más dulce.

Un soldado sabe la verdad.

Este soldado, sabe la verdad.

Un hombre como cualquier otro. Con madre y padre, con hermanos y amigos, con recuerdos y esperanzas. Una persona que cometió el error de creer que existían los héroes. Una persona que había comprado las ilusiones que el mundo le vendía, y que ahora se ahogaba en la cruda realidad que las personas normales rechazaban.

Este hombre, contemplaba el arma en su mano, sopesando el valor del suicidio.
Las personas dirían que sufría de estrés post-traumático, por detrás de haber visto cosas atroces en la guerra. Otros dirán que sufría de depresión, ya que no se sentía capaz de adaptarse a la sociedad. Y los más atrevidos, simplemente dirán que se lo merece. Se lo merece por ser soldado. Por ser asesino. Por perpetuar la guerra. Por traer dolor al mundo.

Y este hombre, no podía decir que ninguna de las palabras anteriores fuesen falsas. Porque era lo suficientemente honesto como para aceptar la realidad del estilo de vida que había elegido.

La guerra era una mentira. Una mentira útil, glamorosa, pero todavía una mentira. Sin embargo no era una mentira respecto a sus motivaciones. No era una mentira porque el gobierno diese motivos “equivocados” para la guerra. No era una mentira porque se matasen inocentes con el objetivo de buscar provecho en las inversiones de un país. Se podían mentir sobre muchas cosas, pero la más grande mentira de todas. La verdadera “mentira de la guerra”, era que al ser humano le gustaba la guerra, pero era lo suficientemente hipócrita como para negarlo.

Se derramaban miles de lágrimas por los “civiles” muertos. Se hablaba de “daño colateral” para justificar los márgenes de error. Se daban medallas a soldados como si se tratasen de trofeos por la cantidad de gente que habían matado y destrozado. Bajo el cubierto de campos de batallas, se torturaba, violaba y destruía sin piedad. Y siempre se justificaba todo. Siempre había un motivo para todo lo que había sucedido bajo el manto de la guerra.

Pero la mentira se veía más claramente, cuando la gente “normal”, cuando los “civiles inocentes” repudiaban las acciones de los soldados cuando ellos mismos desviaban la mirada ante los actos crueles. Todo el mundo se desgarraba las vestiduras porque la guerra era cruel, pero si a esas mismas personas se les diese un arma y el permiso de matar con libertad, serían los iniciadores de las más grandes masacres de la historia. Y su justificación sería algo simple como la ideología, el color de piel, el gusto musical, el lenguaje, la vestimenta, la forma de caminar, la forma de mirar.

El soldado lo sabía bien. Todo ser humano es hipócrita. Y él mismo, mientras contemplaba su suicidio, se preguntaba como era posible haber recibido tantas medallas y al mismo tiempo haber sido tan repudiado por haber creído que sus acciones tenían un significado.

“Todos los soldados deberían ser sometidos a corte marcial por crímenes de guerra”

Ese era su pensamiento. Porque sin importar los motivos, los actos heroicos, lo bueno y lo malo, no dejaba de tratarse de una serie de acciones violentas que habían llevado al homicidio de otras personas. ¿Qué importaba si eran soldados enemigos? ¿Qué importaba que algunas de esas muertes hubiesen sido en defensa propia? Una muerte era una muerte.

Y desde otro punto de vista, ¿Qué pasaba con los muertos en su propio bando? ¿Qué pasaba con el soldado que había sufrido un ataque de pánico, que había puesto en riesgo todo un escuadrón y había tenido que ser ejecutado para no revelar la posición del escuadrón? ¿Qué pasaba con las balas perdidas que habían matado amigos, enemigos, inocentes y transeúntes?

¿Qué pasaba con las torturas que nunca serían reconocidas?

Algunos dirían que este soldado sufría de la culpa del sobreviviente. Probablemente sería algo correcto.

Pero ello no quitaba una sola verdad. Que sin importar cuando lo intentase, nunca podría quitarse el peso y el olor a muerte de encima. La sociedad, y la humanidad, le juzgaban y alababan en igual medida. Pero nadie le impartía el castigo que consideraba que se merecía.

Por lo tanto, el soldado miraba el arma en su mano.

No deseaba vivir en ese mundo de mentiras bonitas, de ilusiones envenenadas y realidades crueles. Había vivido su vida por lo que había creído, y no era suficiente. No para él. No para sus víctimas.

“Una última misión”

Apretó el gatillo. 


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El Hombre Cansado por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.