La joven permanecía sentada en
una silla de madera, su rostro levemente iluminado por la brasa de su
cigarrillo. Sus rasgos eran afilados y casi horrorosos. No había un solo
cabello en su cabeza, e incluso sus cejas estaban ausentes. Su cuerpo era
delgado, casi al punto de lo enfermizo. Sin embargo sus músculos se encontraban
marcados, como si se hubiese consumido a sí misma para cultivar aquella
musculatura. Una sonrisa torcida adornaba sus labios. Pero el rasgo que más
resaltaba, era el maquillaje oscuro de sus ojos. Alas de mariposas habían sido
dibujadas en el contorno de sus cuencas. Era como si le hubiesen roto la nariz,
y sin embargo era un efecto claramente fabricado a consciencia.
Sacudió el cigarrillo, dejando
caer la ceniza al suelo.
-La mariposa solo vive para ser
hermosa. –Dijo con una leve sonrisa, poniéndose de pie y caminando en torno a
la silla. Vestía una musculosa blanca suelta, pantalones anchos militares y
botas militares. –Bicho inútil pero de un simbolismo encantador, ¿no creen? –preguntó
girando para observar a las tres figuras que ocupaban un sillón al otro lado de
la sala.
Las figuras se revolvieron, sus
gestos limitados y temerosos. La joven sonrió satisfecha.
-Deja de ser una larva decían.
¿Cuándo te convertirás en la mariposa?, preguntaban. –Suspiró y sacudió la
cabeza en un gesto de decepción. -¿No es esa una forma de decir, “te deseo una
muerte rápida y una existencia efímera”? –Una carcajada estridente se le
escapó, solo para ser cortada por un grito de furia al tiempo que pateaba la
silla.
Pequeñas risas se escucharon por
la sala, hombres y mujeres observaban desde los lados, interesados en la escena
pero ajenos a la situación. Sus expresiones las de curiosidad y diversión.
-Soy una bruja, mis palabras son
ley… ¿No es así? –preguntó la joven, una sonrisa peligrosa en su rostro. Sus
dientes parecían afilados y perderse en la inmensidad de su rostro. Solo las
alas de la mariposa negra parecían estar presentes. Ojos negros inundados de
locura y rodeados de oscuridad. –Lo que digo es real. Lo que digo es absoluto,
por lo que si no me obedecen, perecerán ante mis designios. ¿No es así?
–preguntó con más fuerza, caminando hacia un lado de la habitación donde un
hombre de tez pálida y sonrisa complaciente le entregó un bate de beisbol. –Si
las amistades no rinden, entonces los lazos se cortan. ¿No es así? –preguntó
nuevamente, girando mientras abanicaba el bate en un gran arco como
practicando. –Si no eres útil, entonces no me sirves. Si no me sirves, te vas a
la basura… ¿No es cierto? –preguntó nuevamente, modificando la pregunta, pero
en esta ocasión miró puntualmente a una de las tres figuras inmóviles del
sillón.
Una carcajada estridente invadió
la sala. La joven estaba doblada sobre sí misma, riendo con fuerza y respirando
entrecortadamente. El hombre que le había entregado el bate sacudió la cabeza
en un gesto divertido y alzó los hombros. Miró a uno de los otros sujetos
sentados en el alfeizar de la ventana e emitió un silbido al tiempo que alzaba
un dedo. Varios de los presentes aplaudieron mientras que el tercer hombre
movía una mesa al centro de la sala y depositaba una bolsa que se sacudía.
Maullidos y gemidos de gatos se escucharon desde adentro.
La joven se acercó dando
saltitos. Riendo alegremente y haciendo una leve reverencia al hombre que había
dejado el saco sobre la mesa. El hombre, un sujeto de tez oscura y facciones
duras, imitó el gesto y se alejó para ocupar nuevamente su lugar en la ventana.
Sin decir otra palabra, la chica
arremetió sin piedad contra el saco. Golpeando tres veces contra el saco
utilizando el bate. Manchas de sangre adornaban la tela, pero todavía había
movimientos y quejidos desde adentro. La joven, la mariposa negra, dejó caer el
bate como si ya no fuese importante y abrió el saco en un gesto de diversión.
Tomó uno de los animalillos
dentro. Una gata negra cuyas piernas traseras se encontraban quebradas y que
gemía patéticamente. Las manos de la joven se mancharon de sangre mientras
alzaba a la gata por el cuello, mostrándosela a las figuras del sillón. Un
gemido de angustia se le escapó a una de las figuras, y temblaba con algo que
era mezcla de odio y temor.
-Si no te liberas, si no me
sirves… Eres un desperdicio de persona… ¿No? –Dijo la joven. Tomó a la gata por
el cuello y comenzó a apretar. El animal débilmente arremetía contra ella,
clavando sus garras contra los brazos y manos de la joven, pero a esta parecía
no importarle. Ella reía y giraba bailando divertida mientras que apretaba y
retorcía al animal hasta que finalmente le dio muerte. Lanzó el cadáver contra
la figura, golpeándole de lleno en el rostro, solo para caer inerte al suelo al
no poder moverse su dueño.
-¿Gata de bruja? ¡Ja! Gata mimada
por un dueño inútil. ¿Dónde están los poderes de la bruja ahora? –Le desafió la
joven, pateando la mesa, tirando la bolsa con los gatos restantes. -¿Dónde está
ese poder del que te regodeabas? –Preguntó de nuevo, saltando sobre los
animales. Pisoteando con sus botas a los gatos los cuales gemían y se quejaban.
Sonidos de huesos fracturados, de sangre y carne siendo desgarrada por el paso
feroz de esa mariposa enloquecida. -¿Qué el karma se va a encargar? ¿No es este
tu karma? ¿No has sido tú quién me ha empujado aquí? –Lanzó otra carcajada
mientras su público adepto aplaudía. Ella giraba sin parar, dejando huellas
llenas de sangre por todo el suelo.
Finalmente se detuvo frente a la
figura central y temblorosa. Una joven de ojos grandes velados por lágrimas,
temor y rabia. Sus labios sellados, cocidos con hilo negro. Sus brazos atados a
su cuerpo por cuerdas pesadas. A sus lados, dos hombres se encontraban con
capuchas que no les permitían ni ver ni oír, atados por cuerdas, pero drogados
y ajenos al terror de la escena.
-¿Por qué cae la bruja? No porque
esté en lo cierto, no porque tenga razón, no porque sea poderosa… -Dijo la
joven mientras alzaba el pie y apoyaba su bota manchada de sangre en el pecho
de su presa, empujándola contra el respaldo del sillón y disfrutando de su
quejido ante la presión. –La bruja cae por su soberbia y su incapacidad de ser
humilde. Tener razón te da placer… Y ahora… es hora de que pagues tu karma.
–Una nueva risa se le escapó. Alzó la mano, y el hombre de la sonrisa
complaciente depositó un cuchillo en su mano.
La mariposa negra batió sus alas.
Mariposa Negra por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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