La muerte de la sombra
Muerte de la Sombra por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
El tiempo,
como bien saben, es algo relativo. Si uno está pasando un momento de felicidad,
cree que el tiempo se acelera. Pero, por el contrario, si uno está trabajando o
haciendo algo que le desagrada, entonces el tiempo es más lento.
También, se
pueden encontrar momentos en los que uno cree ver las cosas en cámara lenta. O
al menos las recuerda de esta manera, viendo la escena que tanto dolor causa
una y otra vez.
Así pasaba el
tiempo para Sefer, recordaba cada uno de los momentos en los que su luz, rió,
lloró, murió...
Podía nombrar
cada momento específico, cada respiro de las distintas existencias de su luz...
Pero no podía nombrar una sola ocasión en la que haya podido complementarse con
su otra forma, sin que esta irremediablemente terminase muriendo por causa de
“fuerzas mayores”.
Vagó
incontables realidades, innumerables mundos, incalculables líneas temporales...
Pero seguía perdiendo lo que era más importante para él.
Y viéndolo de
un punto de vista menos egoísta... ¿Era justo que su luz tuviese que atravesar
semejantes suplicios solo para reunirse con él? ¿Un ser cuya existencia giraba
entorno a una búsqueda que probablemente siempre terminaría en desgracias?...
El había visto morir a este ser de inconmensurable inocencia, pureza y amor, de
maneras que no debería sufrir nadie...
Pero nunca se
rindió, aunque sufriese cada vez de una manera más cruel, nunca se rindió. Sin
su luz, no le encontraba significado a nada, la necesitaba. Y si eso
significaba que tendría que sufrir los mil y un suplicios, entonces sufriría,
porque nadie podía quitarle su amor...
O eso
creyó...
Caminaba sin
cesar, no recordaba cuando fue la ultima vez que había caminado tanto. Cruzaba
un desierto, dejándose llevar por su instinto, su cuerpo envuelto en una túnica
harapienta que le cubría hasta el rostro. Hacía ya un par de años desde la
última vez que cruzó caminos con su luz, y todo terminó con la muerte de esta
por culpa de unos “bandidos”.
“Ni tú mismo
te lo crees... Fue Harián, los bandidos roban, no matan sin haberse llevado
algo antes...”
Al recordar
la figura de su luz la última ocasión, no pudo evitar cerrar los ojos ante la
punzada de dolor que invadió sus sentidos...
¿Cuánto más
debían sufrir antes de que a un Dios se le ocurriese reunir sus pobres
almas....?
Mucho
aparentemente...
El desierto
estaba drenando sus fuerzas, necesitaba refugio urgente antes de la próxima
tormenta de arena. Miró a su alrededor con cansancio, y como caído del cielo,
divisó a la distancia, lo que parecía ser una formación rocosa, y en el centro
algo como una cueva. Con un poco de suerte, no sería un espejismo.
Aceleró el
paso, procurando no tropezar, hubiera preferido volar hasta allí, pero en ese
estado, sería muy probable que terminase estrellándose contra alguna roca.
“Todavía me
falta para controlar el clima... Aunque una lluvia no me caería mal..”
Era una
lástima que no se encontrase en un lugar con clima propicio a la lluvia...
Para cuando
llegó a las rocas, las cuales eran gracias al Creador reales, estaba al borde
de un colapso por falta de agua. Maldito sea su cuerpo, hubiese preferido
mantenerse sombra por más tiempo... Pero bueno, no era quién para quejarse,
pasado pisado suelen decir...
Entró un poco
en la cueva, y cuando supo que ya no podría avanzar más por su cansancio, se
desplomó en la entrada, mientras veía como se avecinaba la próxima tormenta de
arena.
Despertó con
un suave murmullo y con risitas femeninas.
En un
principio, se sintió demasiado confundido. “Debo estar soñando” se dijo con
desdén. Pero el sonido de un chapoteo lo despertó del todo.
Abrió los
ojos lentamente, y miró a su alrededor alerta. Su cuerpo no se movía, conocía
lo que era ser apresado y no quería arriesgarse a un combate sin haberse
preparado antes.
Vio que se
encontraba en una especie de oasis subterráneo. Las paredes y el techo, eran
toda una formación rocosa. Pero efectivamente, en el techo había una abertura
por la cual se colaba la luz de la superficie. A los alrededores, notó como las
plantas crecían entorno a la fuente de agua en el centro. Una especie de lago
de grandes proporciones, que tenía origen en una cascada de agua subterránea.
Su cuerpo no
estaba atado, lo cual era una ventaja, pero sus armas y objetos habían sido
retirados.
Además el
constante sonido de mujeres riendo lo sacaba de quicio.
—Oigan... se
movió...—escuchó a una mujer susurrar.
—Ya era
hora... ¡Elith, tú rescate ya se despertó!—gritó otra.
—Deja de
llamarlo así... El muy pobre estaba al borde de la muerte y tu lo tratas como
un chiste...—Contestó una voz que causó un choque eléctrico en lo más profundo
de Sefer.
Él,
finalmente se atrevió a moverse con libertad pero con movimientos lentos para
no alarmar a nadie. Y cuando vio al frente, sabía que había cumplido nuevamente
con su objetivo y se prometió no volver a fallarle a su luz.
La joven que
le miraba sonriente, no debía superar los diecisiete años, tenía cabello largo
color azabache, piel tostada por el sol del desierto y ojos color verde
brillante. Era en sí, toda una belleza del desierto.
—Me alegra
encontrarte mejor, cuando te traje estabas apunto de sufrir de inanición. Pero
como eres fuerte, te recuperaste antes de lo que esperaba.— Le explicó la
joven, la cual lo miraba con una mezcla de curiosidad y admiración.— Mi nombre
es Elith, espero que disfrutes tu estadía en este lugar.
—Gracias...
Mi nombre es Sefer... No sé como agradecer por tu hospitalidad.—dijo con un
hilo de voz. Estaba más débil de lo que creía, y encontrar a su luz en esas
condiciones no lo ayudaba.
—No
tienes...—pero no pudo terminar su frase porque fue interrumpida por otra de
las mujeres.
—¡Cásate con
ella y nos harás un favor a todas!—gritó dicha mujer.
—¡Cállate!—contestó
la joven sonrojándose apenas, pero ocultándolo gracias a su tono de piel.
Fue en ese
momento en el que Sefer se percató de cómo estaban compuestas las cosas a su
alrededor. En este lago, solo podía ver a mujeres realizando los labores más
triviales y disfrutando del agua. Más allá de la vegetación, cerca de la
cascada, podía ver como había un pueblo trabajando. Los hombres trabajaban, y
las mujeres colaboraban, podía ver a unos niños jugando. Fue allí cuando reparó
en su forma de vestir, y en la suya propia.
Las mujeres,
llevaban poca ropa y esta era llamativa, algunos vestidos largos y arreglos con
oro en los cabellos. Mientras que los hombres, usaban lo que parecía ser una
pollera pantalón. Pantalón por dentro, pero disfrazado de falda, y unas
sandalias. Nadie llevaba camisa o cosa parecida. Pero sí tenían pulseras
doradas en la parte superior de los brazos.
Sefer también
estaba vestido en este estilo. Miró a Elith de manera interrogante, quién al no
entender la señal solo lo miró con curiosidad.
—¿Y mi
ropa?—preguntó con tranquilidad.
—Estaba muy
sucia y rota, así que la llevé para que la limpiasen y arreglasen. Te vestí de
la manera tradicional de mi pueblo. ¿Te agrada?—preguntó la joven con una
sonrisa.
—¿Tú...—Sefer
no pudo evitar sonreír, y arquear una ceja con sensualidad—...me cambiaste?
—Ahh...
Bueno...—la joven se vio en un predicamento. No lo miraba a la cara y se la
veía claramente avergonzada— Sí... espero que eso no te haya
molestado...—terminó por decir con una sonrisa y sus ojos brillando.
“No puedo
molestarme contigo...” se dijo para sus adentros.
—No estoy
molesto... En todo caso, te estoy agradecido por haberme salvado la vida.
—¡No fue
nada! ¡Pero fue una verdadera sorpresa! Nunca vino un extranjero, encontrarte
fue para muchos una señal de los Dioses. Y cómo fui yo quién te encontró, el
pueblo te dejó a mi cuidado.
—¡¿Porqué no
le explicas la parte del compromiso!?—gritó otra de las mujeres. Sefer ya
estaba pensando seriamente taparles la boca con un trapo sucio. Pero...
—¿Compromiso...?
—Ehh....
Verás... Se dice entre nosotros, la gente del desierto... Que cuando un miembro
de este pueblo encuentra a una persona desvalida, y que necesita ayuda.... Y
este miembro lo ayuda, entonces eso implica que sus almas están atadas. Porque
es muy difícil que un extraño venga, y cuando viene siempre termina por
quedarse.... Como sea... las cuestión... es que desde el momento en que te
traje... bueno... fue como una especie de compromiso... —terminó por decir sin
mirarlo al rostro.
—Y tú
sabiendo eso... ¿me ayudaste?—preguntó Sefer, conmovido en cierta medida.
—Si una vida
está en juego, no voy a ponerme a pensar en las consecuencias. Tú necesitabas
ayuda y yo estaba allí para brindártela... Además, lo del compromiso solo se
dará si es lo que quieres... No pienso obligarte a nada...—terminó por decir
seriamente.
—¿Y tú...?
¿Estás dispuesta a casarte conmigo?—preguntó con un tono de seducción muy
marcado, pero al mismo tiempo se notaba el aire a jugueteo. La joven lo miró
con la boca abierta, parecía no saber que decir.
—Mira...yo...bueno...es
qué... Es decir... Ni siquiera te conozco... y yo... la verdad no sé...—la
joven siguió tartamudeando incapaz de verlo directamente a la cara.
—Tiempo al
tiempo entonces...—sentenció Sefer, mientras que se ponía de pie.—Entonces
cuando me conozcas tomarás la decisión... Yo esperaré tu respuesta.
Le sonrió
enigmáticamente, sus ojos brillaban como cada vez que se sentía completo. La
joven, se limitó a mirarlo con la boca abierta y un gran “¿QUÉ?” sin salir de
esos labios.
Labios que
Sefer evitaba mirar para no caer en la tentación.
Muchas de las
mujeres rieron ante el juego de palabras de ambos.
Pasaron
varios días. Sefer dependía mucho de los cuidados de Elith, su cuerpo débil por
la exposición al calor.
La joven,
vivía sola, y era una especie de sanadora en el pueblo. Sefer, fue testigo de
cómo ella se encargaba de la salud de toda persona, en la medida que estuviese
a su alcance. Y el enfermo, o la familia de este, le procuraba regalos que ella
rechazaba siempre, pero que terminaba por aceptar ante la insistencia.
Tiempo al
tiempo, había dicho él... Pero por algún extraño motivo, su urgencia aumentaba.
Presentía que algo se asomaba, pero no estaba seguro de qué...
Ya para
cuando se había recuperado, ayudaba a Elith en todo cuanto podía. Aprendió
sobre medicina, sobre como tratar determinados casos de envenenamiento, como
bajar la fiebre a una persona que sufre de un golpe de calor, etc...
Pero mientras
más tiempo pasaba junto a Elith, peor se sentía. Se daba cuenta de que su luz,
podía encontrar la felicidad sin la presencia de él. Se daba cuenta de que en
su obsesión en encontrarla, talvez se había olvidado de algo más importante...
Se había olvidado preguntarle a su luz, si quería reunirse con él...
Su
preocupación, lo llevó al extremo de volverse frío con ella. Y Elith, quién no
entendía lo que sucedía, lo miraba con preocupación, hasta con angustia...
Un día,
finalmente se dieron cuenta de lo que pasaba.
Elith,
cocinaba un guisado en la fogata. Sefer, apoyado en la pared a espaldas de
ella, le miraba con aire ausente.
“Nunca me
pregunté lo que ella realmente quería... Solo me preocupaba por encontrarla,
sin importar el precio, yo debía estar con ella... Pero por ese egoísmo, por
ese pensamiento estúpido, siempre la pierdo....
No solo la
pierdo... ¡Sino que la veo morir una y otra y otra vez de maneras horribles...!
De todos los
seres del mundo, ¡ella nunca se mereció eso!”
Un mar de
imágenes le invadió, todas y cada una de las escenas de las muertes que tuvo de
su luz pasaron por su mente como rayo. Tal fue la impresión, que no se dio
cuenta que las lágrimas bajaban por sus mejillas.
—¿Sefer..?—preguntó
Elith, por encima de su hombro. Y vio como Sefer le miraba con una expresión
vacía, pero con los ojos llenos de dolor, y lágrimas escapando.
En un
principio, la joven preocupada se le acercó con cautela. Y con suavidad, posó
su mano en le rostro de Sefer.
Este, pareció
haber despertado de un sueño. La miró con sorpresa ante el repentino contacto,
recién caía en cuenta de sus lágrimas. Pero ya nada le importaba, tenía a su
otro yo allí, justo en frente de él. Tuvo la imperiosa necesidad de pedirle
perdón, disculparse por su egoísmo y por todo el daño que había sufrido por su
culpa.
Elith, por el
otro lado, vio como la expresión de Sefer se tornaba en una de emociones
ininteligibles. Sabía que Sefer sufría por algo, pero no entendía sobre qué, y
por qué la miraba como pidiéndole perdón.
—¡Perdóname!—exclamó
la sombra, incapaz ya de contenerse. Se abrazó a Elith, escondió su rostro en
el cuello de ella, y dio rienda suelta a sus lágrimas y a pedirle perdón por su
egoísmo.
La joven, que
no podía sostener el peso de él, con cuidado le instó a sentarse en el suelo. Y
se quedaron allí abrazados, como dos niños pequeños que se esconden de la
crueldad del mundo.
Ella, con
suavidad, le acarició su cabellera castaña, mientras le murmuraba palabras de
alivio.
Cuando el
finalmente se atrevió a mirarla a la cara, sus ojos se cruzaron y se
transmitieron un mensaje secreto, que solo ellos entendían.
Hielo miraba
a los pozos esmeralda. Y allí encontró lo que buscaba. Encontró el brillo,
encontró a las estrellas gemelas que solo su luz poseía desde tiempos
inmemorables.
Y ella,
sintió la voz que le hablaba desde el fondo de mente. La voz que era la de su
alma. Y supo por todo lo que Sefer había pasado, y que le correspondía a ella arreglar
que una vez fue deshecho.
—Sefer...
nada de lo que nos sucedió fue por culpa tuya—Dijo con voz conciliadora y
calmante.—Tú nunca me deseaste ningún mal, solo querías nuestra felicidad. Y yo
te estoy muy agradecida por no haberte rendido, por haber continuado buscándome
cuando las cosas parecían perdidas.
—Yo...
—Shhh... No
digas nada más, ya todo está bien...
Permanecieron
en silencio, simplemente mirándose y sabiendo que estaban completos una vez
más.
Pasó el
tiempo, se casaron, y vivieron en ese pueblo dentro de una felicidad inmensa.
Pero sabían que no duraría, lo sentían. Y en lo profundo de sus almas, lloraban
por un destino cruel que todavía no se había desatado.
Lo primero
que escucharon, fueron los gritos que alertaban un incendio. Era media noche, y
cuando ya todos estaban en sus camas soñando, se dio la voz de alarma.
Unos jinetes
vestidos de negro, estaban saqueando todo el pueblo. Mujeres, ancianos y niños
lloraban, mientras que los hombres hacían todo lo posible para proteger su hogar.
Pero al
parecer no contaban con tal suerte, ya que cada vez el numero de victimas iba
en aumento, y los jinetes seguían avanzando.
Elith, al ser
la única que realmente podía curar a los heridos, se mantenía alejada con las
víctimas. Todos escondidos en una gruta tras la cascada.
Lamentablemente,
las cosas se salían de control, y ella sola no podía con tanta cantidad de
gente.
Sefer por su
lado, se las había arreglado para avanzar frente a los jinetes. Los pocos
hombres que mantenían cierta experiencia en batalla, le seguían con paso
seguro, como si fuese un general en una gran guerra.
Los jinetes
avanzaban de frente, consumiendo todo con fuego, y pisando a quién se les
cruzase en el camino.
La sombra, ya
preparado, les sonrió con crueldad. A su señal, del otro lado del pueblo
comenzaron a avanzar las mujeres, con arcos y flechas, espadas y escudos. Y
desde lo alto de las casas, los más osados, en medio de las llamas, lanzaban
cacerolas con aceite, que en la caída se encendían. (De estos osados muy pocos
sobrevivieron)
Sefer, rió
malignamente. Nada mejor que una buena matanza para sacarse las preocupaciones
de encima.
Los jinetes
gritaban y corrían en todas direcciones desesperados por la agonía del fuego.
Venganza
gritaron muchos, y Si gritaron otros tantos.
Pero Sefer
sabía lo que pasaba. Sentía un poder que le resultaba familiar y que
detestaba... Harián...
Corrió hasta
la cascada dónde se resguardaban los heridos, y se encontró con una matanza.
Solo unos pocos niños prevalecían, y estos les lloraban a sus madres muertas.
Sefer miró
con odio in disimulado. La locura de ese estúpido había llegado al extremo de
matar hasta a los más inocentes....
—Venganza...—susurró
mientras que se acercaba a uno de los niños. Y estos casi por inercia, se
aferraron a él mientras lloraban e intentaban explicarle lo que había pasado.
—Un hombre...
de cabello de sangre... él... le dijo a Hermana... que si no iba con él mataría
a todos.... y...y...
—Y ella
aceptó, pero le hizo jurar que no lastimaría a nadie... Entonces la agarró con
fuerza... y... Hizo un movimiento con la mano... y entonces...—casi ninguno
hablaba sin trabarse. Pero en ese instante, en el que Sefer estaba por gritar
por la desesperación. Una pequeña niña terminó el relato.
—Invocó a
unos demonios... como gatos y perros a la vez. Hermana le gritó que se
detuviera, pero este le dijo: “Es para que aprendas a no abandonarme de nuevo,
sino los que amas sufrirán”. Nos dejó vivos a nosotros, y se la llevó...—la
niña, hablaba con tanta frialdad, que Sefer supo que ella debía estar
traumatizada por lo que vio.
—¿Sabes a
dónde se la llevó?
—Al pico...
queda siguiendo la cascada... Dijo que... dijo que te dijésemos: “Esta es la
última vez, vas a morir”—finalmente, la niña rompió en llantos. Los del pueblo
llegaron, el horror se formó en sus rostros. La desesperación se formaba en sus
corazones, pero Sefer tenía cosas más importantes en que pensar.
Siguió la
cascada, y encontró el lugar designado. Llevaba una espada que poseía la forma
de un dragón. Pero no parecía tener mango, porque salía directamente del brazo
de la sombra.
Era un dragón
negro, que parecía morder el brazo del joven, la cola era el filo, y los ojos
de la bestia eran de color carmín. Sin duda contrastando con la ira de la
sombra.
Y allí en el
llamado pico, se encontraba Harián, su cabello rojo y su mirada llena de locura
mirándolo con desprecio. Y a su lado, Elith, mirando con repulsión a su captor.
—¡Ya me he
hartado de decírtelo!¡NO SOY TUYA!¿¡Cuántas veces vas a tener que matarme para
entender que nunca voy a estar contigo por voluntad propia!?.
—Las veces
necesarias para tenerte...—susurró susodicho pelirrojo. Sefer veía rojo, y
Elith tenía el rostro como piedra.
Harián, la
miró con adoración y acarició su rostro. Elith, quién le miraba con dureza, le
escupió. El pelirrojo se limitó a cerrar los ojos, y con el dorso de su mano se
limpió el rostro para luego lamer el rastro de saliva.
—Deliciosa...—se
limitó a decir, y besó con fuerza y lujuria a la joven. Mordiéndola hasta hacer
sangrar sus labios.
—Asqueroso...—murmuró
Elith con desprecio, mientras se alejaba de su captor.
Pero en un
chasquido de sus dedos, ataduras invisibles apresaron a la joven cual
crucifixión.
Sefer que
había estado mirando en silencio, sintiendo el odio cada vez hervir más y más
en su sangre, lanzó un grito de odio mientras que saltaba hacia Harián.
Este, le miró
con aire despectivo mientras que sonreía. En un movimiento suave de su mano,
casi como si estuviese asustando una mosca, un haz de luz negra se formó en el
espacio entorno a Sefer.
—¿¡Pero
qué...!?—no pudo terminar su maldición. Pudo ver en todo su esplendor a las
criaturas que describieron los niños.
Eran una
mezcla de gato y perro, pero al mismo tiempo, su presencia era sucia. Como si
estuviesen hechos de las cenizas de muertos. Claro que no tuvo tiempo para
cavilar sobre la situación, tenía a uno de esos monstruos apunto de arrancarle
la cabeza.
Sin perder el
tiempo, la sombra desplegó sus alas negras, las cuales dieron de lleno en el
rostro de otra criatura que lo atacaba por la espalda. Movió la espada con
movimientos depredadores, y fue cazando una a una a las criaturas. Pero por
cada una que caía, otras dos se formaban.
—Mientras que
tú te dedicabas a vagar por el mundo buscando a Erim, yo me hice de poderes que
no podrías imaginar. ¿Creíste que sería un debilucho por siempre? ¿Alguien a
quién podrías matar cada vez que se te antojase? Eres patético...—Una aura de
color sucio rondaba entorno a Harián mientras hablaba. Las criaturas se
multiplicaban, y aunque Sefer podía destruirlas con facilidad, los números no
le ayudan.
Elith, o
Erim, miraba con horror. Era incapaz de formar palabra o sonido, su voz
completamente drenada.
La sangre
corría descontroladamente. Sefer, ya no sabía a que le pegaba, solo sabía que
su luz estaba a punto de serle arrebatada de nuevo, y el ya no estaba dispuesto
a sufrir otra vida de tormentos hasta encontrarla de nuevo... Antes muerto...
Sintió como
su espalda era desgarrada, y gritó de dolor al saber que sus alas le eran
cortadas. Cayó de rodillas, ya incapaz de defender lo que más quería, pero
demasiado terco como para admitirlo, seguía moviendo su espada en un arco
frente a el, hiriendo a las criaturas desprevenidas.
Elith, miró
con desesperación, como su sombra caía al suelo, como sus alas eran cortadas,
como su cuerpo era vapuleado. Pero este no se rendía, seguía luchando por
ella....
Derramó
lágrimas de dolor al saber que no había nada que pudiese hacer por ayudarle.
Harián rió
con complacencia, y con pasos lentos seguros, se acercó al caído mientras
aplaudía.
—¡Bravo!
¡Bravo! ¡No podía esperar menos de la sombra de Erim! Pero ya ha sido
suficiente, es hora de morir...—la forma en que lo dijo, y la sonrisa de
locura, eran una clara burla. ¡Dijo que lo mataría como si se tratase de un
juego de niños!
—Voy a verte
sufrir antes de morir...—dijo Sefer mientras escupía sangre.
—¿En
serio...?—preguntó Harián con un tono de juego.
—En
serio..—contestó la sombra con una sonrisa mordaz. Su mirada todavía demostraba
su fuego interno.
—Lástima, no
podré verlo...—exclamó el pelirrojo, mientras que una criatura clavaba sus
garras en la espalda de la sombra, traspasándolo.
Sefer en
ningún momento hizo señas de mostrar dolor, y su mirada era ausente. Solo
miraba a su luz con aire anhelante...
—Perdóname
por fallarte...— susurró débilmente. Pero Elith lo escuchó en su mente.
—¡Sefer!—se
escuchó gritar. ¿Podía hablar?
—Llámalo un
regalo de despedida— dijo Harián, mientras chasqueaba sus dedos
nuevamente.—Pórtate bien conmigo, este es mi regalo, después de todo, tú nunca
lo viste morir.
La joven fue
liberada de las ataduras invisibles, y corrió con toda su desesperación a
cuestas. Miró a las criaturas que rodeaban el cuerpo de su sombra, vio como
estas criaturas la miraban con devoción. Tal como lo hacía su creador... Sintió
asco....
Llegó al lado
de Sefer, y con movimientos seguros y cuidadosos, lo tomó en sus brazos.
—Elith...
yo...—murmuró la sombra mientras intentaba respirar. La sangre corría por todos
lados, él no duraría mucho más.
—Ya está...
has hecho lo que has podido... Déjame a mi encargarme del resto—Exclamó la
joven mientras que las lágrimas se escapaban de sus ojos.
—Usa... al
dragón...—susurró la sombra con cuidado, para que nadie más lo escuchase.
Elith, lo
miró entendiendo. Tomó el brazos derecho del joven, y pudo sentir como la
espada de este cambiaba de forma, como se unía a ella para realizar una última
tarea para su dueño...
Con suavidad,
apoyó a su sombra en el suelo, y se giró enfrentando a Harián con una sonrisa
en su rostro.
—¿Ya te has
despedido? Entonces me encargaré de terminar con esto...—Pero no pudo hacer lo
que había prometido, ya que una daga blanca con forma de dragón le atravesaba
el pecho.
—Escúchame
Harián, esta es mi maldición para ti....—mientras la joven hablaba, las
criaturas desaparecían en un mar de polvo y ceniza. En el suelo, Sefer sonreía
con crueldad, susurró “venganza”.— Ya no recordarás nada de mi ni de Sefer,
vivirás una vida normal, tus poderes serán sellados. Y si por obra de los
Dioses nos volvemos a encontrar, y llegas a acercarte a mí o a Sefer, estarás
condenado a revivir cada uno de los momentos de dolor que nos hiciste pasar.
¡Desde mi punto de vista y desde el de Sefer!—dicho esto, enterró más
profundamente la daga en el pecho de Harián, y vio como este caía al suelo
bañado en su propia sangre.
Retiró la
daga, y con las manos manchadas de sangre tomó el cuerpo de su sombra.
—Ya está...
—Perdona...
por haberte dado la tarea más difícil...—susurró Sefer, mientras peleaba contra
la inconciencia. “Unos minutos más...” rogaba dentro de sí.
—Olvídalo...
Ahora descansa mi dragón negro, yo iré detrás de ti...
—Jajaja......—ambos
miraron a Harián, el cual se arrastraba en dirección a ellos.— Tu maldición...
me prohíbe hacerles... daño... Pero... eso no implica... que no pueda
conquistarte... Te tendré... lo juro...—Y dicho esto, cuando su mano estaba a
punto de tocar el rostro de Elith, murió en su propia sangre y locura.
—Idiota...—murmuró
la sombra con asco. Su visión ya se nublaba, no le quedaba mucho tiempo.—La
próxima vez que nos encontremos... juro que voy a protegerte...
—No... ya has
sufrido suficiente. Ahora me toca a mi protegerte...
Sefer sonrió,
y murió en silencio.
Elith no
derramó lágrima alguna, le besó suavemente, y se limitó a cumplir su promesa.
Tomó la daga con la que había matado a Harián, y apuntó a su pecho.
—La próxima
vez... yo seré quién te proteja...—susurró mientras que con un movimiento
rápido enterraba la daga en su pecho.
Con las pocas
fuerzas que le quedaban, se acomodó junto a Sefer... Ambos murieron
sonriendo...
Y en otro
lugar, una mujer que los observaba sonrió.
—Si ella
desea ser quién lo proteja... entonces... ¿qué mejor forma de estar juntos que
bajo mi mando?—exclamó más para sí. Sonrió en la oscuridad, siempre era
bueno echarle una mano a los amantes
desgraciados...
Muerte de la Sombra por Cassé, Paula Andrea se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.