sábado, 7 de diciembre de 2013

Muerte de la Sombra



La muerte de la sombra



El tiempo, como bien saben, es algo relativo. Si uno está pasando un momento de felicidad, cree que el tiempo se acelera. Pero, por el contrario, si uno está trabajando o haciendo algo que le desagrada, entonces el tiempo es más lento.
También, se pueden encontrar momentos en los que uno cree ver las cosas en cámara lenta. O al menos las recuerda de esta manera, viendo la escena que tanto dolor causa una y otra vez.
Así pasaba el tiempo para Sefer, recordaba cada uno de los momentos en los que su luz, rió, lloró, murió...
Podía nombrar cada momento específico, cada respiro de las distintas existencias de su luz... Pero no podía nombrar una sola ocasión en la que haya podido complementarse con su otra forma, sin que esta irremediablemente terminase muriendo por causa de “fuerzas mayores”.
Vagó incontables realidades, innumerables mundos, incalculables líneas temporales... Pero seguía perdiendo lo que era más importante para él.
Y viéndolo de un punto de vista menos egoísta... ¿Era justo que su luz tuviese que atravesar semejantes suplicios solo para reunirse con él? ¿Un ser cuya existencia giraba entorno a una búsqueda que probablemente siempre terminaría en desgracias?... El había visto morir a este ser de inconmensurable inocencia, pureza y amor, de maneras que no debería sufrir nadie...

Pero nunca se rindió, aunque sufriese cada vez de una manera más cruel, nunca se rindió. Sin su luz, no le encontraba significado a nada, la necesitaba. Y si eso significaba que tendría que sufrir los mil y un suplicios, entonces sufriría, porque nadie podía quitarle su amor...
O eso creyó...



Caminaba sin cesar, no recordaba cuando fue la ultima vez que había caminado tanto. Cruzaba un desierto, dejándose llevar por su instinto, su cuerpo envuelto en una túnica harapienta que le cubría hasta el rostro. Hacía ya un par de años desde la última vez que cruzó caminos con su luz, y todo terminó con la muerte de esta por culpa de unos “bandidos”.
“Ni tú mismo te lo crees... Fue Harián, los bandidos roban, no matan sin haberse llevado algo antes...”
Al recordar la figura de su luz la última ocasión, no pudo evitar cerrar los ojos ante la punzada de dolor que invadió sus sentidos...
¿Cuánto más debían sufrir antes de que a un Dios se le ocurriese reunir sus pobres almas....?
Mucho aparentemente...

El desierto estaba drenando sus fuerzas, necesitaba refugio urgente antes de la próxima tormenta de arena. Miró a su alrededor con cansancio, y como caído del cielo, divisó a la distancia, lo que parecía ser una formación rocosa, y en el centro algo como una cueva. Con un poco de suerte, no sería un espejismo.
Aceleró el paso, procurando no tropezar, hubiera preferido volar hasta allí, pero en ese estado, sería muy probable que terminase estrellándose contra alguna roca.
“Todavía me falta para controlar el clima... Aunque una lluvia no me caería mal..”
Era una lástima que no se encontrase en un lugar con clima propicio a la lluvia...

Para cuando llegó a las rocas, las cuales eran gracias al Creador reales, estaba al borde de un colapso por falta de agua. Maldito sea su cuerpo, hubiese preferido mantenerse sombra por más tiempo... Pero bueno, no era quién para quejarse, pasado pisado suelen decir...

Entró un poco en la cueva, y cuando supo que ya no podría avanzar más por su cansancio, se desplomó en la entrada, mientras veía como se avecinaba la próxima tormenta de arena.

Despertó con un suave murmullo y con risitas femeninas.
En un principio, se sintió demasiado confundido. “Debo estar soñando” se dijo con desdén. Pero el sonido de un chapoteo lo despertó del todo.
Abrió los ojos lentamente, y miró a su alrededor alerta. Su cuerpo no se movía, conocía lo que era ser apresado y no quería arriesgarse a un combate sin haberse preparado antes.
Vio que se encontraba en una especie de oasis subterráneo. Las paredes y el techo, eran toda una formación rocosa. Pero efectivamente, en el techo había una abertura por la cual se colaba la luz de la superficie. A los alrededores, notó como las plantas crecían entorno a la fuente de agua en el centro. Una especie de lago de grandes proporciones, que tenía origen en una cascada de agua subterránea.
Su cuerpo no estaba atado, lo cual era una ventaja, pero sus armas y objetos habían sido retirados.
Además el constante sonido de mujeres riendo lo sacaba de quicio.

—Oigan... se movió...—escuchó a una mujer susurrar.
—Ya era hora... ¡Elith, tú rescate ya se despertó!—gritó otra.
—Deja de llamarlo así... El muy pobre estaba al borde de la muerte y tu lo tratas como un chiste...—Contestó una voz que causó un choque eléctrico en lo más profundo de Sefer.

Él, finalmente se atrevió a moverse con libertad pero con movimientos lentos para no alarmar a nadie. Y cuando vio al frente, sabía que había cumplido nuevamente con su objetivo y se prometió no volver a fallarle a su luz.
La joven que le miraba sonriente, no debía superar los diecisiete años, tenía cabello largo color azabache, piel tostada por el sol del desierto y ojos color verde brillante. Era en sí, toda una belleza del desierto.

—Me alegra encontrarte mejor, cuando te traje estabas apunto de sufrir de inanición. Pero como eres fuerte, te recuperaste antes de lo que esperaba.— Le explicó la joven, la cual lo miraba con una mezcla de curiosidad y admiración.— Mi nombre es Elith, espero que disfrutes tu estadía en este lugar.
—Gracias... Mi nombre es Sefer... No sé como agradecer por tu hospitalidad.—dijo con un hilo de voz. Estaba más débil de lo que creía, y encontrar a su luz en esas condiciones no lo ayudaba.
—No tienes...—pero no pudo terminar su frase porque fue interrumpida por otra de las mujeres.
—¡Cásate con ella y nos harás un favor a todas!—gritó dicha mujer.
—¡Cállate!—contestó la joven sonrojándose apenas, pero ocultándolo gracias a su tono de piel.

Fue en ese momento en el que Sefer se percató de cómo estaban compuestas las cosas a su alrededor. En este lago, solo podía ver a mujeres realizando los labores más triviales y disfrutando del agua. Más allá de la vegetación, cerca de la cascada, podía ver como había un pueblo trabajando. Los hombres trabajaban, y las mujeres colaboraban, podía ver a unos niños jugando. Fue allí cuando reparó en su forma de vestir, y en la suya propia.
Las mujeres, llevaban poca ropa y esta era llamativa, algunos vestidos largos y arreglos con oro en los cabellos. Mientras que los hombres, usaban lo que parecía ser una pollera pantalón. Pantalón por dentro, pero disfrazado de falda, y unas sandalias. Nadie llevaba camisa o cosa parecida. Pero sí tenían pulseras doradas en la parte superior de los brazos.
Sefer también estaba vestido en este estilo. Miró a Elith de manera interrogante, quién al no entender la señal solo lo miró con curiosidad.
—¿Y mi ropa?—preguntó con tranquilidad.
—Estaba muy sucia y rota, así que la llevé para que la limpiasen y arreglasen. Te vestí de la manera tradicional de mi pueblo. ¿Te agrada?—preguntó la joven con una sonrisa.
—¿Tú...—Sefer no pudo evitar sonreír, y arquear una ceja con sensualidad—...me cambiaste?
—Ahh... Bueno...—la joven se vio en un predicamento. No lo miraba a la cara y se la veía claramente avergonzada— Sí... espero que eso no te haya molestado...—terminó por decir con una sonrisa y sus ojos brillando.

“No puedo molestarme contigo...” se dijo para sus adentros.

—No estoy molesto... En todo caso, te estoy agradecido por haberme salvado la vida.
—¡No fue nada! ¡Pero fue una verdadera sorpresa! Nunca vino un extranjero, encontrarte fue para muchos una señal de los Dioses. Y cómo fui yo quién te encontró, el pueblo te dejó a mi cuidado.
—¡¿Porqué no le explicas la parte del compromiso!?—gritó otra de las mujeres. Sefer ya estaba pensando seriamente taparles la boca con un trapo sucio. Pero...
—¿Compromiso...?
—Ehh.... Verás... Se dice entre nosotros, la gente del desierto... Que cuando un miembro de este pueblo encuentra a una persona desvalida, y que necesita ayuda.... Y este miembro lo ayuda, entonces eso implica que sus almas están atadas. Porque es muy difícil que un extraño venga, y cuando viene siempre termina por quedarse.... Como sea... las cuestión... es que desde el momento en que te traje... bueno... fue como una especie de compromiso... —terminó por decir sin mirarlo al rostro.
—Y tú sabiendo eso... ¿me ayudaste?—preguntó Sefer, conmovido en cierta medida.
—Si una vida está en juego, no voy a ponerme a pensar en las consecuencias. Tú necesitabas ayuda y yo estaba allí para brindártela... Además, lo del compromiso solo se dará si es lo que quieres... No pienso obligarte a nada...—terminó por decir seriamente.
—¿Y tú...? ¿Estás dispuesta a casarte conmigo?—preguntó con un tono de seducción muy marcado, pero al mismo tiempo se notaba el aire a jugueteo. La joven lo miró con la boca abierta, parecía no saber que decir.
—Mira...yo...bueno...es qué... Es decir... Ni siquiera te conozco... y yo... la verdad no sé...—la joven siguió tartamudeando incapaz de verlo directamente a la cara.
—Tiempo al tiempo entonces...—sentenció Sefer, mientras que se ponía de pie.—Entonces cuando me conozcas tomarás la decisión... Yo esperaré tu respuesta.

Le sonrió enigmáticamente, sus ojos brillaban como cada vez que se sentía completo. La joven, se limitó a mirarlo con la boca abierta y un gran “¿QUÉ?” sin salir de esos labios.
Labios que Sefer evitaba mirar para no caer en la tentación.
Muchas de las mujeres rieron ante el juego de palabras de ambos.

Pasaron varios días. Sefer dependía mucho de los cuidados de Elith, su cuerpo débil por la exposición al calor.
La joven, vivía sola, y era una especie de sanadora en el pueblo. Sefer, fue testigo de cómo ella se encargaba de la salud de toda persona, en la medida que estuviese a su alcance. Y el enfermo, o la familia de este, le procuraba regalos que ella rechazaba siempre, pero que terminaba por aceptar ante la insistencia.
Tiempo al tiempo, había dicho él... Pero por algún extraño motivo, su urgencia aumentaba. Presentía que algo se asomaba, pero no estaba seguro de qué...
Ya para cuando se había recuperado, ayudaba a Elith en todo cuanto podía. Aprendió sobre medicina, sobre como tratar determinados casos de envenenamiento, como bajar la fiebre a una persona que sufre de un golpe de calor, etc...
Pero mientras más tiempo pasaba junto a Elith, peor se sentía. Se daba cuenta de que su luz, podía encontrar la felicidad sin la presencia de él. Se daba cuenta de que en su obsesión en encontrarla, talvez se había olvidado de algo más importante... Se había olvidado preguntarle a su luz, si quería reunirse con él...

Su preocupación, lo llevó al extremo de volverse frío con ella. Y Elith, quién no entendía lo que sucedía, lo miraba con preocupación, hasta con angustia...

Un día, finalmente se dieron cuenta de lo que pasaba.



Elith, cocinaba un guisado en la fogata. Sefer, apoyado en la pared a espaldas de ella, le miraba con aire ausente.
“Nunca me pregunté lo que ella realmente quería... Solo me preocupaba por encontrarla, sin importar el precio, yo debía estar con ella... Pero por ese egoísmo, por ese pensamiento estúpido, siempre la pierdo....
No solo la pierdo... ¡Sino que la veo morir una y otra y otra vez de maneras horribles...!
De todos los seres del mundo, ¡ella nunca se mereció eso!”

Un mar de imágenes le invadió, todas y cada una de las escenas de las muertes que tuvo de su luz pasaron por su mente como rayo. Tal fue la impresión, que no se dio cuenta que las lágrimas bajaban por sus mejillas.

—¿Sefer..?—preguntó Elith, por encima de su hombro. Y vio como Sefer le miraba con una expresión vacía, pero con los ojos llenos de dolor, y lágrimas escapando.

En un principio, la joven preocupada se le acercó con cautela. Y con suavidad, posó su mano en le rostro de Sefer.
Este, pareció haber despertado de un sueño. La miró con sorpresa ante el repentino contacto, recién caía en cuenta de sus lágrimas. Pero ya nada le importaba, tenía a su otro yo allí, justo en frente de él. Tuvo la imperiosa necesidad de pedirle perdón, disculparse por su egoísmo y por todo el daño que había sufrido por su culpa.
Elith, por el otro lado, vio como la expresión de Sefer se tornaba en una de emociones ininteligibles. Sabía que Sefer sufría por algo, pero no entendía sobre qué, y por qué la miraba como pidiéndole perdón.

—¡Perdóname!—exclamó la sombra, incapaz ya de contenerse. Se abrazó a Elith, escondió su rostro en el cuello de ella, y dio rienda suelta a sus lágrimas y a pedirle perdón por su egoísmo.

La joven, que no podía sostener el peso de él, con cuidado le instó a sentarse en el suelo. Y se quedaron allí abrazados, como dos niños pequeños que se esconden de la crueldad del mundo.
Ella, con suavidad, le acarició su cabellera castaña, mientras le murmuraba palabras de alivio.
Cuando el finalmente se atrevió a mirarla a la cara, sus ojos se cruzaron y se transmitieron un mensaje secreto, que solo ellos entendían.
Hielo miraba a los pozos esmeralda. Y allí encontró lo que buscaba. Encontró el brillo, encontró a las estrellas gemelas que solo su luz poseía desde tiempos inmemorables.
Y ella, sintió la voz que le hablaba desde el fondo de mente. La voz que era la de su alma. Y supo por todo lo que Sefer había pasado, y que le correspondía a ella arreglar que una vez fue deshecho.

—Sefer... nada de lo que nos sucedió fue por culpa tuya—Dijo con voz conciliadora y calmante.—Tú nunca me deseaste ningún mal, solo querías nuestra felicidad. Y yo te estoy muy agradecida por no haberte rendido, por haber continuado buscándome cuando las cosas parecían perdidas.
—Yo...
—Shhh... No digas nada más, ya todo está bien...

Permanecieron en silencio, simplemente mirándose y sabiendo que estaban completos una vez más.
Pasó el tiempo, se casaron, y vivieron en ese pueblo dentro de una felicidad inmensa. Pero sabían que no duraría, lo sentían. Y en lo profundo de sus almas, lloraban por un destino cruel que todavía no se había desatado.


Lo primero que escucharon, fueron los gritos que alertaban un incendio. Era media noche, y cuando ya todos estaban en sus camas soñando, se dio la voz de alarma.
Unos jinetes vestidos de negro, estaban saqueando todo el pueblo. Mujeres, ancianos y niños lloraban, mientras que los hombres hacían todo lo posible para proteger su hogar.
Pero al parecer no contaban con tal suerte, ya que cada vez el numero de victimas iba en aumento, y los jinetes seguían avanzando.
Elith, al ser la única que realmente podía curar a los heridos, se mantenía alejada con las víctimas. Todos escondidos en una gruta tras la cascada.
Lamentablemente, las cosas se salían de control, y ella sola no podía con tanta cantidad de gente.

Sefer por su lado, se las había arreglado para avanzar frente a los jinetes. Los pocos hombres que mantenían cierta experiencia en batalla, le seguían con paso seguro, como si fuese un general en una gran guerra.
Los jinetes avanzaban de frente, consumiendo todo con fuego, y pisando a quién se les cruzase en el camino.
La sombra, ya preparado, les sonrió con crueldad. A su señal, del otro lado del pueblo comenzaron a avanzar las mujeres, con arcos y flechas, espadas y escudos. Y desde lo alto de las casas, los más osados, en medio de las llamas, lanzaban cacerolas con aceite, que en la caída se encendían. (De estos osados muy pocos sobrevivieron)
Sefer, rió malignamente. Nada mejor que una buena matanza para sacarse las preocupaciones de encima.
Los jinetes gritaban y corrían en todas direcciones desesperados por la agonía del fuego.
Venganza gritaron muchos, y Si gritaron otros tantos.

Pero Sefer sabía lo que pasaba. Sentía un poder que le resultaba familiar y que detestaba... Harián...

Corrió hasta la cascada dónde se resguardaban los heridos, y se encontró con una matanza. Solo unos pocos niños prevalecían, y estos les lloraban a sus madres muertas.
Sefer miró con odio in disimulado. La locura de ese estúpido había llegado al extremo de matar hasta a los más inocentes....
—Venganza...—susurró mientras que se acercaba a uno de los niños. Y estos casi por inercia, se aferraron a él mientras lloraban e intentaban explicarle lo que había pasado.
—Un hombre... de cabello de sangre... él... le dijo a Hermana... que si no iba con él mataría a todos.... y...y...
—Y ella aceptó, pero le hizo jurar que no lastimaría a nadie... Entonces la agarró con fuerza... y... Hizo un movimiento con la mano... y entonces...—casi ninguno hablaba sin trabarse. Pero en ese instante, en el que Sefer estaba por gritar por la desesperación. Una pequeña niña terminó el relato.
—Invocó a unos demonios... como gatos y perros a la vez. Hermana le gritó que se detuviera, pero este le dijo: “Es para que aprendas a no abandonarme de nuevo, sino los que amas sufrirán”. Nos dejó vivos a nosotros, y se la llevó...—la niña, hablaba con tanta frialdad, que Sefer supo que ella debía estar traumatizada por lo que vio.
—¿Sabes a dónde se la llevó?
—Al pico... queda siguiendo la cascada... Dijo que... dijo que te dijésemos: “Esta es la última vez, vas a morir”—finalmente, la niña rompió en llantos. Los del pueblo llegaron, el horror se formó en sus rostros. La desesperación se formaba en sus corazones, pero Sefer tenía cosas más importantes en que pensar.


Siguió la cascada, y encontró el lugar designado. Llevaba una espada que poseía la forma de un dragón. Pero no parecía tener mango, porque salía directamente del brazo de la sombra.
Era un dragón negro, que parecía morder el brazo del joven, la cola era el filo, y los ojos de la bestia eran de color carmín. Sin duda contrastando con la ira de la sombra.

Y allí en el llamado pico, se encontraba Harián, su cabello rojo y su mirada llena de locura mirándolo con desprecio. Y a su lado, Elith, mirando con repulsión a su captor.
—¡Ya me he hartado de decírtelo!¡NO SOY TUYA!¿¡Cuántas veces vas a tener que matarme para entender que nunca voy a estar contigo por voluntad propia!?.
—Las veces necesarias para tenerte...—susurró susodicho pelirrojo. Sefer veía rojo, y Elith tenía el rostro como piedra.

Harián, la miró con adoración y acarició su rostro. Elith, quién le miraba con dureza, le escupió. El pelirrojo se limitó a cerrar los ojos, y con el dorso de su mano se limpió el rostro para luego lamer el rastro de saliva.
—Deliciosa...—se limitó a decir, y besó con fuerza y lujuria a la joven. Mordiéndola hasta hacer sangrar sus labios.
—Asqueroso...—murmuró Elith con desprecio, mientras se alejaba de su captor.

Pero en un chasquido de sus dedos, ataduras invisibles apresaron a la joven cual crucifixión.
Sefer que había estado mirando en silencio, sintiendo el odio cada vez hervir más y más en su sangre, lanzó un grito de odio mientras que saltaba hacia Harián.
Este, le miró con aire despectivo mientras que sonreía. En un movimiento suave de su mano, casi como si estuviese asustando una mosca, un haz de luz negra se formó en el espacio entorno a Sefer.
—¿¡Pero qué...!?—no pudo terminar su maldición. Pudo ver en todo su esplendor a las criaturas que describieron los niños.

Eran una mezcla de gato y perro, pero al mismo tiempo, su presencia era sucia. Como si estuviesen hechos de las cenizas de muertos. Claro que no tuvo tiempo para cavilar sobre la situación, tenía a uno de esos monstruos apunto de arrancarle la cabeza.
Sin perder el tiempo, la sombra desplegó sus alas negras, las cuales dieron de lleno en el rostro de otra criatura que lo atacaba por la espalda. Movió la espada con movimientos depredadores, y fue cazando una a una a las criaturas. Pero por cada una que caía, otras dos se formaban.
—Mientras que tú te dedicabas a vagar por el mundo buscando a Erim, yo me hice de poderes que no podrías imaginar. ¿Creíste que sería un debilucho por siempre? ¿Alguien a quién podrías matar cada vez que se te antojase? Eres patético...—Una aura de color sucio rondaba entorno a Harián mientras hablaba. Las criaturas se multiplicaban, y aunque Sefer podía destruirlas con facilidad, los números no le ayudan.
Elith, o Erim, miraba con horror. Era incapaz de formar palabra o sonido, su voz completamente drenada.
La sangre corría descontroladamente. Sefer, ya no sabía a que le pegaba, solo sabía que su luz estaba a punto de serle arrebatada de nuevo, y el ya no estaba dispuesto a sufrir otra vida de tormentos hasta encontrarla de nuevo... Antes muerto...
Sintió como su espalda era desgarrada, y gritó de dolor al saber que sus alas le eran cortadas. Cayó de rodillas, ya incapaz de defender lo que más quería, pero demasiado terco como para admitirlo, seguía moviendo su espada en un arco frente a el, hiriendo a las criaturas desprevenidas.
Elith, miró con desesperación, como su sombra caía al suelo, como sus alas eran cortadas, como su cuerpo era vapuleado. Pero este no se rendía, seguía luchando por ella....
Derramó lágrimas de dolor al saber que no había nada que pudiese hacer por ayudarle.
Harián rió con complacencia, y con pasos lentos seguros, se acercó al caído mientras aplaudía.

—¡Bravo! ¡Bravo! ¡No podía esperar menos de la sombra de Erim! Pero ya ha sido suficiente, es hora de morir...—la forma en que lo dijo, y la sonrisa de locura, eran una clara burla. ¡Dijo que lo mataría como si se tratase de un juego de niños!
—Voy a verte sufrir antes de morir...—dijo Sefer mientras escupía sangre.
—¿En serio...?—preguntó Harián con un tono de juego.
—En serio..—contestó la sombra con una sonrisa mordaz. Su mirada todavía demostraba su fuego interno.
—Lástima, no podré verlo...—exclamó el pelirrojo, mientras que una criatura clavaba sus garras en la espalda de la sombra, traspasándolo.

Sefer en ningún momento hizo señas de mostrar dolor, y su mirada era ausente. Solo miraba a su luz con aire anhelante...
—Perdóname por fallarte...— susurró débilmente. Pero Elith lo escuchó en su mente.
—¡Sefer!—se escuchó gritar. ¿Podía hablar?
—Llámalo un regalo de despedida— dijo Harián, mientras chasqueaba sus dedos nuevamente.—Pórtate bien conmigo, este es mi regalo, después de todo, tú nunca lo viste morir.

La joven fue liberada de las ataduras invisibles, y corrió con toda su desesperación a cuestas. Miró a las criaturas que rodeaban el cuerpo de su sombra, vio como estas criaturas la miraban con devoción. Tal como lo hacía su creador... Sintió asco....

Llegó al lado de Sefer, y con movimientos seguros y cuidadosos, lo tomó en sus brazos.
—Elith... yo...—murmuró la sombra mientras intentaba respirar. La sangre corría por todos lados, él no duraría mucho más.
—Ya está... has hecho lo que has podido... Déjame a mi encargarme del resto—Exclamó la joven mientras que las lágrimas se escapaban de sus ojos.
—Usa... al dragón...—susurró la sombra con cuidado, para que nadie más lo escuchase.

Elith, lo miró entendiendo. Tomó el brazos derecho del joven, y pudo sentir como la espada de este cambiaba de forma, como se unía a ella para realizar una última tarea para su dueño...
Con suavidad, apoyó a su sombra en el suelo, y se giró enfrentando a Harián con una sonrisa en su rostro.
—¿Ya te has despedido? Entonces me encargaré de terminar con esto...—Pero no pudo hacer lo que había prometido, ya que una daga blanca con forma de dragón le atravesaba el pecho.
—Escúchame Harián, esta es mi maldición para ti....—mientras la joven hablaba, las criaturas desaparecían en un mar de polvo y ceniza. En el suelo, Sefer sonreía con crueldad, susurró “venganza”.— Ya no recordarás nada de mi ni de Sefer, vivirás una vida normal, tus poderes serán sellados. Y si por obra de los Dioses nos volvemos a encontrar, y llegas a acercarte a mí o a Sefer, estarás condenado a revivir cada uno de los momentos de dolor que nos hiciste pasar. ¡Desde mi punto de vista y desde el de Sefer!—dicho esto, enterró más profundamente la daga en el pecho de Harián, y vio como este caía al suelo bañado en su propia sangre.

Retiró la daga, y con las manos manchadas de sangre tomó el cuerpo de su sombra.
—Ya está...
—Perdona... por haberte dado la tarea más difícil...—susurró Sefer, mientras peleaba contra la inconciencia. “Unos minutos más...” rogaba dentro de sí.
—Olvídalo... Ahora descansa mi dragón negro, yo iré detrás de ti...
—Jajaja......—ambos miraron a Harián, el cual se arrastraba en dirección a ellos.— Tu maldición... me prohíbe hacerles... daño... Pero... eso no implica... que no pueda conquistarte... Te tendré... lo juro...—Y dicho esto, cuando su mano estaba a punto de tocar el rostro de Elith, murió en su propia sangre y locura.
—Idiota...—murmuró la sombra con asco. Su visión ya se nublaba, no le quedaba mucho tiempo.—La próxima vez que nos encontremos... juro que voy a protegerte...
—No... ya has sufrido suficiente. Ahora me toca a mi protegerte...

Sefer sonrió, y murió en silencio.
Elith no derramó lágrima alguna, le besó suavemente, y se limitó a cumplir su promesa. Tomó la daga con la que había matado a Harián, y apuntó a su pecho.
—La próxima vez... yo seré quién te proteja...—susurró mientras que con un movimiento rápido enterraba la daga en su pecho.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, se acomodó junto a Sefer... Ambos murieron sonriendo...

Y en otro lugar, una mujer que los observaba sonrió.

—Si ella desea ser quién lo proteja... entonces... ¿qué mejor forma de estar juntos que bajo mi mando?—exclamó más para sí. Sonrió en la oscuridad, siempre era bueno  echarle una mano a los amantes desgraciados...


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